jueves, 25 de febrero de 2010

Ctrl+V-Ctrl-C

Ctrl-V, Ctrl C y dominarás la tierra que diría mi colega de profesión, Abilio Gómez Abrill, ¿quién me iba decir que este compañero de estudios transitaría también los tormentosos mares de la creación cuando coincidimos en Barcelona para la valoración del Triple Play o en los cursos de SDH en Madrid?

Ha abierto blog, lo que yo aprovecho para celebrarlo copiando y pegando el texto del otro día por eso de tenerlo todo en un lado y que san google no me lo pierda.

Con Abilio, con el gran Abilio deben abstenerse aquellos a los que la nocilla les empalaga, aunque él sea más de la generación Nesquik, lo sepa o no.

¡Va por Shannon!

Y a ver si te colegias, compi.

EL CURIOSO CASO DE BENJAMÍN BUTTON

Cuando tenía dos añitos mis manos rupestres y untadas de chocolate dejaban una perdurable huella en las paredes: signos y cifras sin sentido, como las del mono de Atapuerca, cubrían los muros de nuestra humilde caverna.

A los cuatro pintaba vocales de colores sin parar, láminas y láminas, con los lápices de cera, A-negra, E-blanca, I-roja, U-verde, O-azul, como en el soneto de Rimbaud.

Con el lápiz de grafito ya me atreví a escribir los primeros poemas de amor, pero me regalaron una estilográfica y escribí una elegía, una égloga y una oda.

Sin embargo abandoné pronto la tinta china: al ritmo pop de la bolita del bolígrafo emborroné miles de hojas de apuntes y ecuaciones con el azul prusiano de nuestra ingeniería.

Este fue el momento álgido de mi escritura porque entonces me regalaron una máquina de escribir y redacté una novela que no llegaba a la centena de páginas.

Creí que con el PC de sobremesa me organizaría mejor y daría más de mí, como en los viejos tiempos manuales, pero sólo fui capaz de escribir cuentos y cada vez más cortos.

Cuando llegó el portátil ya sólo me salían poemas en prosa, muy recortaditos, de no más de dos párrafos y el estreñimiento literario empezó a alarmarme: a medida que los dispositivos reducían las teclas o éstas desaparecían perecía la capacidad que un día tuve de escribir seguido.

El trastorno empeoró con el advenimiento de la PDA, lo más que conseguía hacer de cuando en cuando era un escuálido haiku, ya saben, las brevísimas estrofas japonesas de no más de tres versos, como las deposiciones de un colibrí.

El i-Phone me dio la penúltima estocada, el único género que llegué a cultivar con éxito fue el del SMS, eso sí, siempre que no superara más de dos o tres palabras y no muy seguidas.

Hoy he recibido un i-Pad, que es la sensación del momento, y acaricio con mis dedos la tableta gráfica, amaso la tersa superficie pixelada y me siento otra vez como un hombre primitivo abrazado a un muro donde apenas sé dejar las huellas de mis dedos infantiles.

Es la hora de lo táctil y yo ya soy incapaz de hacer la “o” con un canuto, habrá que llevar el caso con “tacto”. Porque es lo que tiene la tecnología que nos hace crecer en sentido contrario del teclado, como a Benjamín Button, como a Benjamín Botón y los botones que perdimos

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muchas gracias, José María, me has dado la alegría de la semana. Y el relato, estupendo. Cuando quieras, te vienes un fin de semana a BArcelona o bajo yo a Sevilla y nos tomamos unos nesquicks. Con aliño, claro. Un abrazo.

 
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