miércoles, 24 de febrero de 2010

Cuaresma (día 7)

En la carretera. Tras el autobús, rodeado de niebla. Conduzco con los ojos fijos en las luces de posición y de gálibo. No guardo otra referencia mientras ruedo por el asfalto a cien por hora, como en un precipicio. Sigo al autobús hacia el centro de la noche. No sé cómo vino, ni de dónde. Voy detrás. No funcionan la radio ni el móvil. No se avista la ciudad. La vida es un viaje sin posición ni gálibo. Sin ciudad. La luz de freno del autobús araña de pronto la bruma con su halo rojo y horizontal como una cuchillada en la sombra. Quedo bajo el parachoques del autobús, a un centímetro solo y flotando en la nube del airbag. Agua y sangre. El motor sin quebrar. Y la luz de freno todavía ante mis ojos lo mismo que una llaga, dolorosa e inmóvil. Al costado.

La quinta luz.

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