Inspiras. Como por un gran cañón el aire sopla. Te insufla los pulmones. Te levanta. Zarandea tus tejidos arriados. Huracán de la sangre en torrentera por la carne fruncida y la arteria violada. Sobre el palo sin sombra del que cuelgas, vela de un barco en el vacío, te encumbras como un arco de músculos y nubes por la tarde de luces excesivas, entre el ser y el no ser de un puente mágico. El sol ciega tus ojos. El viento de la vida te ha tensado. Parturienta que aúlla en el silencio cósmico, pariéndose a sí misma y a sí misma matándose. Gritas y una flecha se dispara. Expiras.
Todo se ha consumado.
(Correspondiente al lunes 15 de marzo)
martes, 16 de marzo de 2010
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