Has llegado. Estas son las murallas de la alta ciudad. En mitad del desierto se yergue solitaria, rodeada de palmas y jardines. Golpeas las aldabas de la primera puerta, pero nadie responde a tu llamada. Nadie se asoma por las troneras. Ningún centinela en los torreones. Pero es aquí, estás seguro. El sol cae a plomo sobre tu cabeza. El silencio sucede a cada nuevo intento mientras rodeas el árido camino que cerca a la plaza. Un rebaño de cabras te ha seguido los pasos. Desde adentro te llega un eco de campanas remotas. Pero tú no estás entre los escogidos. No has superado la prueba. Desesperas. Y con los chivos bajas al desierto. Conoces esas risas de hienas despreciables y desde lo hondo clamas y levantas los ojos a los cielos.
Detrás de ti se abren los atrios del Señor.
sábado, 27 de marzo de 2010
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