El oráculo ha anunciado el
silencio de Dios sobre los mapas. Las palmeras salvajes acarician el vientre de
las nubes, la rama temblorosa del olivo destila el agua gris del mar de
Galilea. Desesperadamente llueve. Tras la gasa deshilachada del celaje, como una
vaharada de incienso libre de gravitaciones, no emerge el heráldico añil de los
hosannas. La ciudad acecha desde sus
miradores los cielos devastados cuando en el largo y angosto periscopio del puente,
aparece, de pronto, la estela rectilínea de un cometa, un fulgor de seis puntas
israelitas para incendiar la noche, toda llanto de luz
y de armonía.
La Estrella.
1 comentario:
Grande, José María, la recreación de la Estrella a la que, afortunadamente, pudimos ver. De lo poco hasta ahora. Esperemos que el día en que se funden nazarenos y toreros (San Bernardo y El Baratillo) nos dé una tregua.
Nos vemos por las calles.
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