La lluvia ha derrumbado los siglos. Se desmorona la reja, la
espadaña, la mampostería armónica del siglo de las luces, el joyel del barroco
y su imprecisa adoración extasiada. Un lento tenebrario alumbra apenas una
angosta ojiva de piedra, los caballeros veinticuatro, espadas y corazas, capas negras,
salen lentamente hacia el antiguo zoco. Hay nieve de Castilla sobre las altas
torres, sopla el cierzo, a lo lejos retumba la esquila de la lepra. Las
antorchas avanzan por la honda tiniebla y el fango de las calles. Al paso del
cortejo las mujeres y los niños se ocultan tras las puertas, selladas con el estigma
verde de las cinco llagas. Bajo un relicario de plata martilleada fulge el leño
sin desbastar.
martes, 3 de abril de 2012
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