Li-Po bajó al embarcadero con una jarra de vino, alzó los brazos al cielo y ofreció su copa a la luna, luego apuró un trago largo y se quedó absorto, contemplando el reflejo de la noche entre sus manos hasta que algo extraño llamó su atención: dos hombres diminutos, con un globo de cristal en la cabeza y ropajes blancos y ceñidos, saltaban en el fondo de la copa. Por encima de ellos giraba, suspendida en el aire, una pequeña pagoda de oro. “Verdaderamente he debido de beber mucho", se dijo, "hora es ya de regresar a casa”. La luna llena se mecía ante Li-Po como un inmenso nenúfar, “es solo un pequeño paso para un hombre”. Y posando su breve pie sobre las aguas se alejó flotando por el Río Azul.
domingo, 20 de mayo de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Me encanta esa lunática serenidad.
Hermoso, muy hermoso, José María. Un relato regado por el vino de la sutileza, la elegancia y la literatura.
Un abrazo
Gracias, Olga, "hasta el inmenso mar crece en la luna", que decía Lope.
Gracias, Alonso, qué grande es Li-Po.
Se sueña despierto con cosas así. ¡Y qué podamos sentirnos tan felices con un puñado de palabras!. Gracias por señalar a la luna.
Publicar un comentario