jueves, 3 de mayo de 2012

Madrugada del Viernes Santo


La luna llena es una amapola blanca donde se queman los ojos de las falenas. Astas de sol, miel del naranjo, a través de un campo de adormideras transita hacia la noche la ciudad narcótica. No es la luz quien la anega,  el cielo ha mudado sus escamas violetas y la gran serpiente fluye por las callejas tornasoladas. Todo es un trampantojo, un sublime guiñol. ¿Quién puso un racimo de cardos en las manos del alba? Al filo del silencio hay un fagot y un oboe que lloran, y pesadas cadenas que se arrastran. Dejan un rastro de sangre, roja como la cresta del amanecer.


1 comentario:

Manuel Jesús Rodríguez Rechi dijo...

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