Erguida la cerviz, amenazantes, impasibles al tiempo y la belleza, rodean
los leones la bóveda del agua -dentadura feroz, guedejas encrespadas, sólo la
mano del Califa los sosiega-. Un bosque de palmeras de alabastro multiplica la imagen
de la estancia en los espejos cóncavos del aire. En torno de la fuente gira el
cielo, surtidor de la luz y del espacio. Desde allí las noches estrelladas hacia
el nadir fluyen como una caligrafía. Cuando la luna traspasa como un alfanje
líquido a los temibles guardianes del zodiaco se escuchan los rugidos del
silencio.
lunes, 16 de julio de 2012
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