miércoles, 3 de octubre de 2012

Siciliana

Cavalleria Rusticana, Intermezzo

La brisa del mar mece los naranjales de Palermo y levanta oleadas de perfume dulce y ácido. El Príncipe de Salina sube al observatorio a contemplar el cielo apuñalado de estrellas. Ante una danza de soles amarillos, grandes como limones o cristales de azufre, late el silencio espectral de los templos ruinosos, el gong angosto de los campanarios sobre las plazas de piedra. Bajo el hechizo tornasol de un interludio, radiante y protector como el manto de la Virgen, la ínsula salvaje sueña con la belleza de Lola, con la belleza de Angélica. Cuando la luna emerge del volcán es una daga de plata, el Príncipe de Salina manda preparar su carruaje. A lo lejos, entre los olivares, repta un aullido sordo, humano o animal: ávida de sangre, la tierra calcinada y sulfurosa aguarda la lava roja de los amaneceres, su tenaz e incierta cuchillada.






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