miércoles, 13 de febrero de 2013

El Sello de Dios


Cuando la Divinidad determina asombrar a los hombres echa mano del repertorio, los fenómenos meteorológicos, mayormente, y algún prodigio astral, por añadidura. Una columna de fuego guió a Israel por el desierto, una supernova anunció en los espacios el nacimiento del Mesías. Cuenta Suetonio que tras el asesinato de César,  Dictador y Pontifex Maximus, brilló un cometa en el cielo durante una semana. En una Ciudad como Roma cuyos aurúspices y augures  han escrutado durante siglos las entrañas de los animales y el vuelo de las aves en busca de sagrados vaticinios, no es inocente el envío de un rayo por parte de Júpiter Tonante a la Colina Vaticana.  No entra en la categoría ni de las causalidades ni de las casualidades, Pascal ya lo avisaba “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. He estudiado la mecánica cuántica y la ondulatoria, ninguna dan una explicación del mundo, solo incrementan nuestro asombro, revocan nuestros sentidos con sus maravillas. La Religión se funda en la Verdad, la Superstición en el símbolo o el rito, pero ambas coinciden en la admiración del Signo. ¿Qué ha querido decir el  pascaliano relámpago que ha resquebrajado las pantallas de media humanidad con su centelleante belleza tras la renuncia de Benedicto XVI?  A mi corazón no le cabe duda de que se trata del sello de Dios, de su rúbrica fulgurante pues “lo que ates en la Tierra quedará atado en el Cielo”. Mi razón, a la que no inquieta la oscura carcajada, ni teme a los príncipes de la ciencia o a los sacripantes del relativismo, sabe sin embargo que este rayo proclama desde las siete colinas a la Ciudad y al Mundo la severa admonición de hoy, Miércoles de Ceniza: “Conviértete y cree en el Evangelio”.


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