lunes, 6 de mayo de 2013

Jacqueline du Pré

A los veintiocho años la esclerósis múltiple hizo que dejara de sentir entre sus dedos las cuerdas del violoncelo. Murió a los cuarenta y dos, aplastada por la enfermedad y la desolación. Con Daniel Baremboim, su marido, cinceló algunos de los momentos fulgurantes de la interpretación del siglo XX. Su versión del concierto para violoncelo de Elgar, indómita y abismal, siempre en el vértice de la angustia, es inmortal.



Du Pré 

En el violín, suena el violín.
El piano, en el piano.

Idéntico a su esencia es el sonido,
perfecto el arquetipo, claro el timbre.
Matemática pura.

El violoncelo es, por el contrario, 
tosco como un bisonte de Altamira,
áspero y bronco, 
esperando la mano de nieve que lo dome.

En sus entrañas cuaternarias
yace un hondo vagido, 
una lenta garganta en pugna con la muerte
que la hoja del arco cercena en cada nota.

¿Qué voces guturales murmuran qué gruñidos?
¿Qué llanto Neandertal, qué lenguaje de signos?

La bella cazadora galopa por el cielo
rojizo de la cueva,
su cabellera rubia es una antorcha
que agita las manadas y enciende las estepas.

Caerá antes del alba al pie de los caballos,
herida por el sílex de los dioses oscuros.

Portadora del fuego.





2 comentarios:

Alonso CM dijo...

José María, felicidades. Has compuesto un poema soberbio. Una vez más la poesía y la música van de la mano.

Un abrazo

José María JURADO dijo...

Mil gracias, Alonso.

 
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