Este jueves 11 de mayo a las 20:00h debes pasarte por la Casa de la Provincia para hacerte con una llave misteriosa.
Mira el cartel de más abajo, es una fiesta.
¿Qué puerta abre esta llave misteriosa de Lutgardo García Díaz?
Las
llaves misteriosas, esto es, las que están llenas de misterio -no las llaves
escondidas- abren solo las puertas prodigiosas, a saber: las del Príncipe
en la Maestranza, la de la rosácea Iglesia del Salvador un Domingo de Ramos en
Sevilla, o las hondísimas puertas del tiempo.
La llave misteriosa de Lutgardo García abre la puerta de una
fragua abisal, de un estrecho pasadizo que conduce a la historia telúrica de lo
jondo.
Este libro es nuevo, completamente nuevo, a diferencia de los
libros de poesía que se publican ahora, los buenos y los malos, este libro no
lo has leído antes.
Lorca, en su "Poema del Cante Jondo" escribió los poemas
japoneses que dan el cristal del flamenco, pero el mismo era un cantaor preso
del duende, sus poemas son flamenco en sí, para decirlo por Kant(iñas); no pocos
autores han escrito estremecedores poemas sobre los faraones y las bacantes que
rugen en el sur, pero han escrito en realidad de su miedo, del estremecimiento
que sacudió a Rilke cuando se quemó con
el baile de fuego de una bailarina española.
Insisto:
no lo has leído antes porque no existía nada parecido. Es un discurso lírico
sobre la historia, mejor, sobre los héroes, que han dicho su pena en los
tablaos y los reservados de los señoritos. Hubiera podido llevar el subtítulo
de aquella serie de documentales legendarios: "Rito y geografía del
cante".
Asistimos aquí, una vez giramos la llave y su misterio, a una
procesión de almas trágicas que desde los coros del infierno y la polifonía de
Pound alzan sus brazos y nos toman del rostro para sorbernos el alma
mirándonos a los ojos.
No soy aficionado al cante, mi oído es ¡ay, ayayay! demasiado
sinfónico, pero siempre me ha estremecido a cuenta gotas, sobre todo cuando
descolgada de un balcón se suicida la saeta en los días en los que voy por las
calles del centro hasta alcanzar el nivel justo de incienso en sangre. También
me ha partido en dos muchas veces una guitarra, porque nací en el país donde
florece el limonero.
Gracias a esta llave se ha abierto ante mí una puerta nueva
y prodigiosa, quien tras leerlo no reconozca que ha corrido a escuchar las
grabaciones remotas de la Niña de los Peines, del Caracol, de Mairena, miente.
Es seguro que miente.
Es imposible no querer peregrinar hacia las geografías míticas de
este rito ingobernable cuando uno pasa estas páginas. Debes leerlo incluso, y
sobre todo, si eres refractario a lo que es mal entendido como castizo o
racial.
Para ayudarnos, hay al final del libro un prontuario, que a la
manera de los viejos almanaques de las dinastías toreras, con un eco malevo y
borgiano, nos ayuda a seguir la estela de unos nombres que los no iniciados
desconocemos.
Que el cante, sin grabaciones, haya pasado por la memoria gitana
de la estirpe a través de los siglos y los arrabales es algo abrumador y aquí
se explica.
Este
diccionario del final es otro libro de poemas en prosa.
Pero no he venido aquí a tocar las palmas ni a tocar la guitarra
para acompañar al cante, bellísima edición por cierto la de Renacimiento con
dos viñetas de Pedro Serna y unas palabras de Juan Lamillar que dan en la hora
cabal del libro.
Dejemos que el poeta se arranque y van aquí dos breves fragmentos,
del primer poema del libro y de su correlato en prosa final.
Esta llave misteriosa abra las puertas del cante, y el cante es un
abismo que nos supera a todos, porque nace de la sinrazón de la especie, de la
locura, de la belleza convulsa, nunca académica, de los ángeles terribles.
LA
QUEJA
DESPUÉS
que Manuel Torre terminara el dictamen
sobre
gallos ingleses y carreras de galgos,
aflojó
con torpeza el nudo del pañuelo,
recuperó
las nasas de los fondos marinos
y
apuró aquella leche de Cazalla con agua
que
le encendió en la lengua limaduras de azufre.
Alguien
tomó el teléfono y a través de los hilos
de
cobre machihembrado corrió, de poste en poste,
la
queja de aquel hombre para oírse en Madrid,
en
un cuarto encendido. Allí, sobre el piano,
con
su bata de seda Federico escuchaba,
como
un callado escriba, la voz del Faraón
que
al fin había surgido, poderosa, profunda,
como
el viento en las cañas de la orilla del Nilo
(…)
MANUEL TORRE: (…) Le llamaban “majareta” por su libertad, su
estrafalario gusto por los galgos y los burros y su personalidad, que no
atendía a normas sociales. Había que esperarlo hasta que, impulsado por quién
sabe que soplo, quisiera cantar. Los que lo escucharon en ese trance –así le
ocurrió a Alberti y a Lorca- lo describen como algo grandioso e inolvidables. (…)
Sus saetas, en madrugadas de aguardiente y antifaces de terciopelo verde, eran
celebradas con pañuelos blancos...
Gracias,
Lutgardo García, por esta punta de diamante que hace sonar las circunferencias
del alma.
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