miércoles, 10 de mayo de 2017

La puerta prodigiosa


Este jueves 11 de mayo a las 20:00h debes pasarte por la Casa de la Provincia para hacerte con una llave misteriosa. 

Mira el cartel de más abajo, es una fiesta.

¿Qué puerta abre esta llave misteriosa de Lutgardo García Díaz?

Las llaves misteriosas, esto es, las que están llenas de misterio -no las llaves escondidas- abren solo las puertas prodigiosas, a saber: las del Príncipe en la Maestranza, la de la rosácea Iglesia del Salvador un Domingo de Ramos en Sevilla, o las hondísimas puertas del tiempo.

La llave misteriosa de Lutgardo García abre la puerta de una fragua abisal, de un estrecho pasadizo que conduce a la historia telúrica de lo jondo. 

Este libro es nuevo, completamente nuevo, a diferencia de los libros de poesía que se publican ahora, los buenos y los malos, este libro no lo has leído antes.

Lorca, en su "Poema del Cante Jondo" escribió los poemas japoneses que dan el cristal del flamenco, pero el mismo era un cantaor preso del duende, sus poemas son flamenco en sí, para decirlo por Kant(iñas); no pocos autores han escrito estremecedores poemas sobre los faraones y las bacantes que rugen en el sur, pero han escrito en realidad de su miedo, del estremecimiento que  sacudió a Rilke cuando se quemó con el baile de fuego de una bailarina española.

Insisto: no lo has leído antes porque no existía nada parecido. Es un discurso lírico sobre la historia, mejor, sobre los héroes, que han dicho su pena en los tablaos y los reservados de los señoritos. Hubiera podido llevar el subtítulo de aquella serie de documentales legendarios: "Rito y geografía del cante".

Asistimos aquí, una vez giramos la llave y su misterio, a una procesión de almas trágicas que desde los coros del infierno y la polifonía de Pound alzan sus brazos y nos toman del rostro para sorbernos el alma mirándonos a los ojos.

No soy aficionado al cante, mi oído es ¡ay, ayayay! demasiado sinfónico, pero siempre me ha estremecido a cuenta gotas, sobre todo cuando descolgada de un balcón se suicida la saeta en los días en los que voy por las calles del centro hasta alcanzar el nivel justo de incienso en sangre. También me ha partido en dos muchas veces una guitarra, porque nací en el país donde florece el limonero.

Gracias a esta llave se ha abierto ante mí una puerta nueva y prodigiosa, quien tras leerlo no reconozca que ha corrido a escuchar las grabaciones remotas de la Niña de los Peines, del Caracol, de Mairena, miente. Es seguro que miente.

Es imposible no querer peregrinar hacia las geografías míticas de este rito ingobernable cuando uno pasa estas páginas. Debes leerlo incluso, y sobre todo, si eres refractario a lo que es mal entendido como castizo o racial.

Para ayudarnos, hay al final del libro un prontuario, que a la manera de los viejos almanaques de las dinastías toreras, con un eco malevo y borgiano, nos ayuda a seguir la estela de unos nombres que los no iniciados desconocemos.

Que el cante, sin grabaciones, haya pasado por la memoria gitana de la estirpe a través de los siglos y los arrabales es algo abrumador y aquí se explica.

Este diccionario del final es otro libro de poemas en prosa.

Pero no he venido aquí a tocar las palmas ni a tocar la guitarra para acompañar al cante, bellísima edición por cierto la de Renacimiento con dos viñetas de Pedro Serna y unas palabras de Juan Lamillar que dan en la hora cabal del libro. 

Dejemos que el poeta se arranque y van aquí dos breves fragmentos, del primer poema del libro y de su correlato en prosa final.

Esta llave misteriosa abra las puertas del cante, y el cante es un abismo que nos supera a todos, porque nace de la sinrazón de la especie, de la locura, de la belleza convulsa, nunca académica, de los ángeles terribles.

LA QUEJA

DESPUÉS que Manuel Torre terminara el dictamen
sobre gallos ingleses y carreras de galgos,
aflojó con torpeza el nudo del pañuelo,
recuperó las nasas de los fondos marinos
y apuró aquella leche de Cazalla con agua
que le encendió en la lengua limaduras de azufre.
Alguien tomó el teléfono y a través de los hilos
de cobre machihembrado corrió, de poste en poste,
la queja de aquel hombre para oírse en Madrid,
en un cuarto encendido. Allí, sobre el piano,
con su bata de seda Federico escuchaba,
como un callado escriba, la voz del Faraón
que al fin había surgido, poderosa, profunda,
como el viento en las cañas de la orilla del Nilo

(…)

MANUEL TORRE: (…) Le llamaban “majareta” por su libertad, su estrafalario gusto por los galgos y los burros y su personalidad, que no atendía a normas sociales. Había que esperarlo hasta que, impulsado por quién sabe que soplo, quisiera cantar. Los que lo escucharon en ese trance –así le ocurrió a Alberti y a Lorca- lo describen como algo grandioso e inolvidables. (…) Sus saetas, en madrugadas de aguardiente y antifaces de terciopelo verde, eran celebradas con pañuelos blancos...


Gracias, Lutgardo García, por esta punta de diamante que hace sonar las circunferencias del alma.


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