Apenas queda memoria en la ciudad de la Asociación de Espiritistas de Sevilla que tanto esfuerzos hizo por difundir las enseñanzas de Allan Kardec en la baja Andalucía y a quienes tantas familias señoriales, que luego negarían haber solicitado su ayuda, debieron la calma nocturna de sus palacios. Precursores de la técnica de la psicofonía, fueron mundialmente celebrados por tan inquietantes experimentos. La grabación de los primeros registros sonoros ultramundanos fueron realizados en 1929 por Ulises Guerrero, último presidente de la Asociación, con un magnetófono de alambre en el Salón de los Azulejos del Alcázar –el prototipo había sido presentado ese mismo año en el Pabellón de Philips de la Exposición Iberoamericana-, en la misma estancia donde el rey Pedro el Cruel hubiera dado hipotética muerte a su hermano Don Fadrique Alfonso de Castilla, y en la que unas manchas oscuras sobre la solería aún dejan constancia del fratricidio.
La Asociación obtuvo la medalla de oro en el “Quinto congreso internacional de espiritistas”, celebrado en Barcelona en 1934, en reconocimiento a “su valiosa aportación de nuevas técnicas electromagnéticas para la cualificación de las presencias ectoplasmáticas y sus relevantes trabajos en el censo y categorización de los espíritus del viejo caserío sevillano aún atormentados por los espantos de la Santa Inquisición”, según rezaba el diploma acreditativo, prolijamente decorado con anagramas y emblemas teosóficos, guirnaldas de flores y señeras catalanas, al más puro estilo de la Reinaxensa.
La Asociación obtuvo la medalla de oro en el “Quinto congreso internacional de espiritistas”, celebrado en Barcelona en 1934, en reconocimiento a “su valiosa aportación de nuevas técnicas electromagnéticas para la cualificación de las presencias ectoplasmáticas y sus relevantes trabajos en el censo y categorización de los espíritus del viejo caserío sevillano aún atormentados por los espantos de la Santa Inquisición”, según rezaba el diploma acreditativo, prolijamente decorado con anagramas y emblemas teosóficos, guirnaldas de flores y señeras catalanas, al más puro estilo de la Reinaxensa.
No obstante, y pese al reconocimiento que gozó de la comunidad espiritista internacional y el patrocino de los burgueses y señoritos de la ciudad, en vano fatigará el investigador los archivos municipales y de protocolos, las hemerotecas o las bibliotecas particulares y públicas. Ningún vestigio queda de aquella asociación que fue pionera en los modernos estudios parapsicológicos. De un examen detallado de las publicaciones de la época incluso se infiere que su recuerdo ha sido deliberada y sistemáticamente extirpado de la historiografía de la ciudad. Así, incluso en el magnífico y exhaustivo archivo digital del ABC de Sevilla, imprescindible para conocer aquellos años convulsos, aparecen manchas en blanco, columnas recortadas o ilegibles, como si una metódica tijera se hubiera encargado de amputar la más mínima referencia.
Ni siquiera en los diarios o en la correspondencia de espiritistas ilustres de la época como Fernando Villalón o el propio Rosso de Luna aparece una sola referencia a este cónclave de sombras. Así, por ejemplo, un gran estudioso de esos años como es Antonio Rivero Taravillo, en su obra “Los fantasmas de Yeats” obvia toda referencia a esta asociación y, sin embargo sí que menciona al Centro de Estudios Teosóficos de Sevilla, cuya importancia en aquellos días fue no menos residual que folclórica. Pero esta ausencia no es imputable al novelista que resucitó para nosotros una época en la que los duendes -recuérdese la obra “Los Duendes de Sevilla” de los Hermanos Quintero estrenada el día de la Raza en el actual Teatro Lope de Vega,- campaban a sus anchas por la ciudad, como por otro lado ha sucedido siempre, sino a la imposibilidad que seguramente tuvo el autor para acceder a ninguna documentación primaria sobre esta asociación aún incógnita para tantos sevillanos.
Solo en el Archivo Histórico de Salamanca, entre los infinitos legajos del Tribunal para la Represión de la Masonería y el Comunismo he podido encontrar una referencia al trágico fin de Don Ulises y de toda la Junta Directiva de la Asociación, que cayó fusilada, tras un jucio sumarísimo, junto a las tapias del Cementerio de San Fernando, en el becqueriano barrio de San Jerónimo, siempre acechado por las espectrales y mortuorias sombras de la Venta de los Gatos.
Solo a partir de este leve indicio y de una referencia en el Washington Post encontrada en la Biblioteca del Congreso Americano donde se glosan las andanzas de Mr. Guerrero en una pequeña gira triunfal que alguno de los miembros de la institución llevaron a cabo por los teatros y ferias de los Estados Unidos tras su éxito barcelonés, he conseguido confirmar, aunque muy borrosamente, algunas de de las pesquisas y casos que abordaron aquellos sevillanos -y sevillanas, pues hubo importantes mujeres en sus filas- de quienes tuve incierta noticia a través de la forma que en seguida se verá y cuya memoria debería ser justamente reivindicada si aspiramos a conocer bien la historia de aquellos lejanos y locos años veinte en que toreros y flamencos danzaban con los espíritus en las tabernas, los cafés cantantes, los reservados de los cortijos, las sacristías y las salas capitulares de la capital de Andalucía.
El jueves de Sevilla, calle Feria, abril de 2014. Fotografía: JMJ |
V Congreso Espiritista Internacional, Barcelona |
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