Aunque tanto ella como él estaban casados
no podían ocultar su amor clandestino que diariamente exhibían de modo febril y apasionado en el trabajo. Incluso en
ocasiones ante sus propias parejas, quienes, sin embargo, restaban importancia
a aquellos lances que consideraban gajes naturales de su oficio. De nada servía
que sus compañeros les advirtieran todas las tarde del peligro que corrían.
Audaces e inconscientes, la tragedia
se cernía sobre ellos, día tras día ignoraban los avisos y cruzaban miradas
intensas a la vista de todos, se repetían en voz alta palabras ardorosas y
abrazos como guirnaldas de fuego que impresionaban muchísimo a quienes asistían
al espectáculo de aquella pasión. Tanta intensidad no coartaba su rendimiento, antes al contrario, aquel escenario favorecía las ventas, que se
incrementaron exponencialmente. Su éxito
pronto se convirtió en la comidilla de la profesión por la que circulaban, de
forma más o menos enmascarada, toda
clase de críticas. El director estaba encantado, aunque en
ocasiones tuviera que terciar ante las llamadas inquisitivas de sus cónyuges, no
tanto por la cuestión amorosa, que como ya se ha dicho habían asumido con mímico estoicismo como para mitigar los reproches que les hacían por las muchas
horas que aquella dedicación tan absorbente les consumía de su, por otro lado,
feliz vida doméstica. Tenía muchas tablas
y sabía cómo apaciguarlos: “esto es solo una racha y tenemos que aprovecharla, representan un éxito para la compañía,
veréis que pronto os cansáis de tenerlos todo el día en casa, otra vez entre bastidores, tened un poco de
paciencia”. Y no le faltaba razón, de forma paulatina, en unas pocas semanas,
la gente dejó de prestar atención a aquellas escenitas. Ellos seguían sin disimular
su cariño ante el mundo, pero aquello ya
no era novedad y la gente dejó caer
un telón sobre el asunto. Se habían
cansado de hablar de ellos y del papelón que
habían hecho con su aventura que ahora a todos parecía demasiado cómica.
En cuanto los ingresos se redujeron la compañía decidió
cortar por lo sano aquella farsa y reponer otra, acaso una comedia salvaje, un musical o quizá mejor una obra
existencialista, de tintes oscuros y detectivescos, que tanto éxito reportaban ahora a los otros teatros de la ciudad, porque aquella adaptación contemporánea de “Romeo y Julieta” de Shakespeare después de dos meses en cartel había dejado de funcionar y ya no
traía público a la sala.
martes, 5 de junio de 2018
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