Esta tarde daba el sol sobre la luna en el pleno azul del cielo, si uno se fijaba la esfericidad del astro era evidente por el juego de luces y sombras celestes y grises, parecía una gran piedra redonda, sobre los hombros de no se qué atlante.
Brillaba, pero no como brilla la luna en la noche, sino como lo hace una enorme roca de arenisca blanca o de piedra ostionera en un acantilado que se hunde o nace en el océano del cosmos.
Daba miedo verla suspendida en el aire, desafiando a la gravedad que le otorga la ingravidez.
Tenemos leyes y modelos que explican estas órbitas, ¿pero qué intenso rayo transparente qué inasible influencia enhebra la rotación de los cuerpos celestes?
Y no se cae.
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