sábado, 4 de agosto de 2018

Aracena

Algún día quiero contar mis recuerdos de infancia en Aracena, no hay un tesoro más preciado en la aljaba de mi corazón.
Como el Moguer de JRJ en su Huelva marinera, aquí fue para mí, en la sierra feraz y sobre la gruta milagrosa, la luz con el tiempo dentro.
Lo que pueda tener de andaluza mi alma procede naturalmente de mi madre, pero, sobre todo, de haber aprendido el nombre de las cosas en este pueblo blanco, antes que de haber abierto los ojos a la luz en Sevilla . Aquí, a mis seis y siete años, fui feliz sin interrupción y libre e inmortal.
Conocí las plantas, los animales y minerales y hasta creo que me enamoré, y fui correspondido, por primera vez, una lejana y única tarde de septiembre, en 1980.
Fue mía toda la vida en su esplendor y no hay un momento de dicha en que no recuerde aquellos días del paraíso perdido. Está bien que fuera aquí, en el Reino de Sevilla, pero ya casi en Extremadura, el resumen de una vida en lejano Oeste de todas las cosas.
Tardé muchos años en volver, pero desde hace unos años no falto a las fiestas de julio, algo ha quedado cincelado en el cerebro que me concede una alegría inmediata cuando piso este suelo sagrado.
No existe la tristeza aquí.
Y sin embargo, no había leído yo aún a Lorca cuando en estas rejas hondas y verdes comprendí la tragedia abisal de Andalucía, su amargura de chumberas y de muerte, y su alegría bulliciosa de cal y de sol.
La imagen puede contener: planta y exterior

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