(Mañanita de niebla,tarde de paseo)
Esta mañana, por el efecto de la
bruma y los reflejos de la primera luz del día sobre la superficie blanca y
gris de las nubes, Sevilla parecía amanecer tendida junto al mar. Las aguas llegaban hasta la
misma base de la Giralda que nuevamente se alzaba como un faro sobre las olas.
El cielo nubloso, acomodado a la geografía
histórica del paisaje, reproducía sobre el horizonte todos los accidentes
geográficos del Lago Ligustino que describiera Avieno en su Ora Marítima,
cuando desde Alcalá del Río hasta Doñana todo era una inmensa ensenada en la
que, sobre algunas islas o montículos dispersos de barro y cañabrava, como en un Macondo primordial, se alzaron los primeros palafitos (“spal”) que
dieron a la ciudad su nombre en la eternidad y que la hermanan con la Reina del
Adríatico.
A la altura del Giraldillo, pero
al otro lado de la lámina de agua inmaculada y tersa que cubría los barrios del
Arenal y de Triana -cuyo invisible puente de hierro yacía sumergido– se alzaban
la crestas del Aljarafe y sobre ellas destacaba, bajo los rayos de un sol
desvaído, el promontorio del Carambolo como un pináculo sagrado.
Así desde las atirantadas cumbres
del Puente del Centenario se han abierto para mí esta mañana, a uno y otro lado del
río, las doradas puertas de Tartessos.
JMJ Abril 2018. Plaza Virgen de los Reyes |
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