Hoy al amanecer me han conmovido el esplendor de
la luna llena y el colosal nacimiento del sol. Cruzaba yo la ciudad de sur a
norte sobre la vertebral columna
atirantada del Puente del Centenario mientras, a poniente, la luna iba
esbozando haikus espectrales sobre las grúas y naves del puerto. La noche, a
ese lado de la bóveda era ya de un intenso azul plasmático, eléctrico, y la
luna fulgía como un blanco fogonazo fluorescente hasta desvaírse sobre el arco
del horizonte como una marca de agua, mientras del levante, sobre los castillos
sin foso de los bloques de pisos de Sevilla Este, emergía una corona naranja
creciente dispuesta a reinar sobre la inmensa llanura de Tartesos.
Y en el instante supremo en el
que ambos astros se contemplaban como dos espejos enfrentados, me ha parecido
entender el lenguaje del cielo.
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