“Con todas las de perder”
[Poemas de Víctor Jiménez]
(Selección de José Luis Rodríquez Ojeda, prólogo de Antonio García Barbeito y collages de Juan Lamillar )
Editorial: Libros de canto y cuento.
Que ningún verso es libre lo sabemos por T. S. Eliot, que la
forma es el fondo -o viceversa- es una evidencia a la que pitagóricamente se accede
por intuición natural. Tanto es así, que un mal soneto bien medido, lo primero que
deja de ser es un soneto, por la misma razón que el haiku reclama para sí
contemplación y sedas, lunas y batracios.
Quien cultiva una forma, además de salvar el mundo como
aquel que cuida su jardín, como sabemos por Borges que dijo Voltaire, asume los
mismos riesgos que un hortelano, pero con la desventaja de que no existe un
seguro poético agrario, si la berenjena le sale grande o chica, ya no será berenjena.
Hay que tener un valor especial, quiero decir una maestría,
para meterse en esos jardines y salir airoso como Parsifal del jardín de las
flores-mujer de la enigmática Kundry, tentación pertinaz del poeta que habiendo empezado
por comerse una cereza se come todo un cesto (como dicen que dijo Goethe acerca de las citas, imagínense si de berenjenas se trata).
En “Con todas las de perder” Víctor Jiménez ha templado su
espada de triple filo en el molde arquetípico de la “Soleá” que no es un metro
exclusivo de la fragua gitana, a la que siempre ha añadido, por otra parte, la
oscuridad de su garganta bruta, sino una estrofa clásicamente castellana cuyo
misterio reside en la hondura espectral de su asonancia, porque las soleares
solo son buenas si llevan un fantasma dentro, en caso contrario no son más que
tres hierros partidos:
Dejamos de darle cuerda
pero no se para nunca
el amor que se recuerda.
En más de cien soleares Víctor Jiménez ha encerrado
en una calabozo de tres rejas los fantasmas de la memoria, del deseo, del
desengaño, de la muerte y de la vida. Pero no ha entrado solo el poeta al
jardín de Kundry, pocas soleares mejor acompañadas que esta, a la puerta de la
cárcel del dolor ha ido a despedirlo Antonio García Barbeito y su prólogo
medido, quiero decir, métrico, Bécquer al fondo y Juan Ramón. Su carcelero ha
sido el poeta José Luis Rodríguez Ojeda, experto discernidor de los metales,
maestro en señalar la falsa moneda, suya ha sido la elección de estos poemas
verdaderos.
Como el espíritu maligno o benigno de cada soleá concurre
en el libro la magistral tijera de Juan Lamillar que -mientras Rodríguez Ojeda
atendía la poda-, zigzagueaba entre papeles de tres siglos, sobre todo de la
Ilustración dieciochesca, para ilustrar con sus collages lo inexpresable. Así,
en “Con todas las de perder”, no solo sentimos la presencia honda que nos conmueve en los versos de Víctor Jiménez, sino que somos partícipes visuales de una extrañeza,
de una indecibilidad mágica, de un fantasma.
Contrapuesto el quejío ternario de Víctor Jiménez a estas
imágenes que comparten la extrañeza metafísica de Chirico o de Magritte,
reverbera más la hondura y la asonancia adopta nuevos significados: ¡qué raro
es el jardín de la existencia! ¡Tenemos todas las de perder!
Ojalá fuera verdad:
la muerte, un punto y seguido
en vez del punto final
No le salían mejor las berenjenas con miel a Manuel
Machado, a quien siempre hay que citar si de la soleá se trata, aunque sea en
el punto final.
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