domingo, 22 de marzo de 2020

Diario del año de la Peste VIII (Soledad)

Llueve y hace pandemia. Aunque los jóvenes ya no compren periódicos y los jubilados no deban salir a por la prensa el kiosko sigue abierto. Tengo una razón de peso para dar este paseo clandestino: en el ABC de Sevilla se ha publicado una plegaria mía en forma de poema a la Virgen de la Soledad. Cuando la escribí -hace unos años, vestido a solas con mi túnica de nazareno- era imposible imaginar el nuevo significado que hoy han adquirido estas palabras. 

Así es el misterio de la poesía que no nos pertenece -solo la recibimos-, es algo que se nos da para los otros. El silencio de la calle en el poema es hoy el silencio demoledor de la primavera y los astros vacíos.

Madre de los jacintos,
                                   alza tu réquiem blanco,
inunda la ciudad con tu silencio,
expande los espacios con la música
que no se puede oír y es la más dulce.
Son los trinos del alma los que hacen
las verdades amargas transparentes;
a ti no he de engañarte que vas sola
y en lo profundo miras y me encuentras.
Tengo miedo, señora, en este trance
de horror y soledad con mi vacío al hombro.
La primavera canta en los balcones,
pero arriba los astros están mudos.
Madre de los jacintos,
                                   ahora que atardece
concédeme el descanso, a solas con mi túnica,
y déjame sentir el roce de las sombras,
que tus manos apartan en silencio.
Aprovecho para hablar con la kioskera. Está aterrada. Mantiene el negocio abierto porque se lo permiten, pero también porque es una concesión administrativa y no sabe si lo puede cerrar. Tiene pánico de pensar que pueda llevar a casa el virus, ella no es joven y su marido es un hombre mayor. Supone que habrá de pagar todas las cuotas de autónomo por estar abierto, aun cuando sus ingresos estos días son exiguos.

Sobre el fotográfico paso de la virgen de la Soledad, ponemos, junto a la bolsa de caridad, la soledad y la bolsa del autónomo. En el Gobierno no pueden confiar. No queda otro recurso que encomendarse a lo alto.

He visto vídeos de los hospitales de Madrid, es el horror en tiempo real, me angustia la angustia de quienes mueren solos sin un último beso y nadie que les cierre los ojos. Pienso en los familiares, sin velatorio ni funeral, sin consuelo de los familiares y amigos. Para mitigar mi dolor y pedir por el suyo pongo el Réquiem de Mozart, arrojado -ahora entendemos mejor por qué- a una fosa común, como la del número de bajas.

Estamos viviendo otra vez en la caverna, la naturaleza nos arrojó contra las sombras, durante centenares de miles de años salíamos solo a cazar. Así se entiende mejor el bíblico mandato: "creced y dominad la tierra". Nuestro tiempo ha desarrollado una piedad por la naturaleza, que arranca en el romanticismo, como ente desvalido y maltratado, pero la naturaleza es, por definición, cruel y salvaje. No siempre merece nuestra piedad. Me resisto a que como especie me culpen, me autoinculpen, de su destrucción. Si las aguas de Venecia, apenas un mes después corren limpias, es porque no estaban tan sucias. A todo se le puede dar la vuelta, menos a la realidad.

Esta creatividad desbordada que vemos en los teléfonos son las pinturas al fondo de la cueva, los bisontes de Altamira, la mano roja de arcilla que traza un testimonio de la vida y la muerte. Visto así, desde el confinamiento, habría que repensar si todo el arte primitivo es sagrado, el hombre es un animal que ríe, que decía Aristóteles.

No conecto con el discurso del Presidente, me adelanta un amigo que la única conclusión es que vamos a morir todos. Por responsabilidad cívica, después de la película familiar -"Misión Imposible" como escapar de esta- conecto con el vídeo de la Moncloa y me quedo dormido. Para colmo la comparecencia se reproduce en bucle. O no, y sucede solo que PSNCHZ ha dado un discurso interminable. Si el sábado soñé que recorría una leprosería (por quedarme dormido leyendo el testimonio de los médicos), la pesadilla de hoy ha sido mucho más terrorífica: este hombre no paraba de hablar, de justificarse, quería decir, de estar encantado de haberse conocido y de que las redes de fibra óptica de España que él no ha construido, son las mejores del mundo.

¿Pero dónde los muertos?

Todavía nos asusta más cuando dice que no saldremos de esta hasta que exista una vacuna, o sea, que vamos a morir de viejo en casa. La historia y la benevolencia de los españoles todavía le estaba dando una oportunidad última de salvar los muebles. Al fin y al cabo no envío a sus ministros a luchar contra los elementos.

Lamentablemente no es Felipe II.

Ni Felipe González.

No, no es una gripe, pero solo se diferencia de esta, a las bravas, en que enferma todo el mundo a la vez, es decir que se muere porque no hay respiradores ni camas. Con tantos hospitales en España que aún están en niveles pequeños de ocupación no se entiende que no haya un dispositivo a pleno rendimiento para evacuar a los que colapsan Madrid. No hay  respiradores, ni mascarillas, ni camas ni pruebas.

Por esto en Alemania muere menos gente, la letalidad del virus la determina la fortaleza del Sistema Sanitario, el Presidente dice que este sistema ha sufrido graves recortes cuando gobernaban sus adversarios (¡ahí queda eso!), pero él lleva ya dos años al mando y tampoco ha hecho nada al respecto.

Ni siquiera comprar mascarillas.


Que ahora vienen de China, como el virus.


 
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