martes, 7 de abril de 2020

Diario del Año de la Peste XXIV ("Gaia")

El gran giro copernicano  (nunca mejor dicho) que el cristianismo imprimió a la historia de las religiones y la elevó a un plano superior respecto a las otras creencias históricas fue la sustitución de un Dios vengativo (lento a la cólera, sí, pero colérico) por un Dios menor, compasivo y amoroso.

Frente a los dioses despiadados que castigan a los hombres y les exigen cruentos sacrificios la religión del amor (la charitas) abría una brecha ética que ni siquiera el siglo de las luces logró salvar y que todavía en el siglo XIX dio origen al comunismo en su versión utópica primero y revolucionaria -el jesuita Naphta en la Montaña Mágica- y atea al fin.

No deja por eso de admirarme que después de tantos siglos de relación con la divinidad sea nuestra era la que sucumba ideológicamente al presupuesto de que hemos sido castigados por nuestros actos por un ente superior llamado Gaia, esto es, la madre tierra o la naturaleza.

Según esta tesis, que prolifera en mil formas, los humanos seríamos los responsables de la tragedia que ahora nos aflige por nuestra actividad dañina y depredadora y la tierra, habiéndose erigido en Ángel Vengador, nos hace pagar por nuestra rapiña y se cobra en nuestros ancianos un tributo de sangre del que exonera a los niños y su inocencia. En definitiva, dice el mantra, el virus somos nosotros. 

Es decir, retornamos a la antigüedad, a la religión primitiva, a una relación con las fuerzas de lo desconocido en que asumimos nuestra condición de rompeolas de lo incógnito. Ciertamente no está de más citar en este punto a Chesterton cuando afirmaba que se dejaba de creer en Dios para creer en cualquier cosa.

Los dioses oscuros: Shiva, Visnu, Thor, Osiris, bailan en lo alto la danza macabra de las condenaciones y envían al virus coronario como el rayo de Júpiter a los hombres ominosos.

Y esto, ¿por qué? ¿Qué tengo yo que ver con el virus? ¿Qué los incendios de Australia? ¿Qué los microplásticos oceánicos?

Me temo que nada. Como expresión mística de la frustración humana es una suposición estética preciosa, ¿cómo era eso tan bello del Jefe Indio Seattle?: "el hombre no tejió la trama de la vida, él es solo un hilo".  Quiero decir que en este sentimiento ecologista hay más de espiritualidad zen, que de fundamento causal. 

Es innegable que el ser humano es responsable de sus actos, -siempre que supongamos el libre albedrío, cuya negación termina subyaciendo al término de estas teorías para anular al fin la libertada humana- y que sus acciones repercuten en la destrucción de la casa común, como poéticamente se llama ahora a la tierra, pero no es el ser humano la peor especie de la tierra.

La peor es el virus.

Olvidan quienes militan en estas posiciones, que el ser humano sería también naturaleza -lo decía Lorca en un soneto oscuro ("¡que soy amor, que soy naturaleza!")- y por lo tanto está tan legitimado para fagocitar sus recursos como cualquier virus o marabunta de hormigas.

En esta condenación de la raza humana se obvian millones de años de confinamiento en las cavernas, decenas de miles de años de guerra para domesticar la tierra, miles de años de historia del arte y del pensamiento que culminaron en la subida al Monte Ventoso de Petrarca, cuando surge el sentimiento de admiración ante la naturaleza, en el arranque del Renacimiento que puso otra vez al hombre, desde la razón, en el mismo lugar en que lo había ubicado el Génesis: en el trono de la creación.

No hemos derrotado pestilencias y viruelas sin cuento para que encima nos culpen ahora de la muerte de nuestros mayores.

En la hipótesis de que el virus proceda de la naturaleza lo que hay que hacer es exterminarlo y exterminar las condiciones de vida que hacen que los seres humanos se alimenten de animales inmundos.

En la hipótesis de que proceda del hombre identifiquemos a los culpables exactos, delimitemos esa abstracción de la codicia humana en esos individuos concretos que difuminan siempre su nombre bajo el de la gran empresa, el partido y el Estado.

2 comentarios:

José María JURADO dijo...

Gracias ahora lo miro.

En eso del Kempis tienes razón.

Como dijo BXVI parece que la Historia no se le va nunca de las manos.

José María JURADO dijo...

Me ha gustado muchísimola reflexión y la he compartido, mil gracias.

 
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