jueves, 16 de abril de 2020

Diario del Año de la Peste XXXIV ("Las oposiciones")

A mí me gustaría fiarme del Gobierno, contribuir a elevar la moral de las tropas, luchar por la paz social en tiempos de pandemia y que a este virus lo paráramos unidos.
Pero no me dejan ni la razón ni la realidad de los hechos.
Que entre el gobernante y el gobernado existe siempre una distancia abismal es una tautología. La soledad del poder afecta a todo el que manda, lo haga bien o mal, sea de izquierdas o de derechas. Que a a la izquierda le cueste asumir este distanciamiento social es una parte no menor del problema, su discurso político es, se supone, otro, pero en tiempos de tribulación no se puede ¡ay! complacer a las mayorías.
No hay que confundir unidad, con unanimidad. Sin crítica no hay avance. Si, por otro lado, todo se estuviera haciendo a la perfección al gobierno le deberían dar lo mismo, lo que importaría es salvar vidas, no los sondeos del CIS, ¿verdad?
Lo que no se puede hacer es utilizar la crítica como escudo ni hacerse permanentemente el digno o el ofendido porque le haya tocado a uno -siendo tan guapo- bailar con la plaga más fea.
Obviamente están de más las críticas destructoras y cainitas, los exabruptos de grano grueso, los discursos del odio y división que hace una parte importante de la opoxición y otra no menos importante del acacerolado govierno.

El Presidente no puede esperar una aprobación unánime como la que ha intentado cocinarse en el CIS. Y tampoco parece muy apropiado apelar a unos pactos imposibles cuando no se tiene claro cuál es el modelo de Estado, ya se sabe que Napoleón para eternizar un problema proponía la creación de una comisión.

El presi nunca ha dado muestras de estar cerca de la realidad tal y como la conocemos la mayor parte de los mortales que no emulamos a Kennedy. Como aquel viejecillo que tocaba la armónica en los balcones da la impresión de PSNCHZ pensara que los aplausos de las 20.00h son o debieran ser para él, permítaseme el excurso.

Apliquemos al caso que nos ocupa los principios elementales del "Manual de Resistencia" sanchista, -copiemos de quien sabe-, tiremos de resilencia y empatía y asumamos -no es problema-, los principales puntos del relato oficial, porque a lo mejor -el tiempo lo dirá- son incluso verdaderos, quién lo niega:

(1) La pandemia no era previsible en nigún caso.

(2) El desconocimiento de la enfermedad es absoluto.

(3) El mercado sanitario mundial está inaccesible.

(4) Es imposible disponer de tests fiables.

(5) La mortalidad es infinitamente más alta de lo esperada.

(6) Solo el confinamiento infinito y radical nos protege porque los españoles -ya se saben sus costumbres- no saben cuidar de sí mismos.

Yo no tengo problema en aceptar estos postulados, a mí me hubiera gustado que no se dieran por hecho y que anteponer la prevención total se estudiara en la universidad de presidentes, pero me temo que no podríamos esperarlo ni de la clase política actual (que ni ha trabajado ni estudiado), ni del cuñado español medio, si acaso no es la misma clase.

Pero, asumidas estas premisas, ¿serían diferentes para un gobierno de centro, nacioanalista o de derechas? Imaginemos ahora esta distopía y figurémonos que al frente estuviera el señor de los hilillos del Prestige (el runner punki marianista) y que este gobierno aplicara -hemos quedado en que no hay otras- exactamente la mismas medidas para contener la peste.

¿No se escucha ya de fondo el tumulto de la manifa?

Porque resultaría obvio que el gobierno nos habría amordazado, -encerrándonos en casa para no poder protestar en la calle o en el parlamento- que su infinita codicia y sus infinitos recortes estarían produciendo muertes infinitas, que nos habrían mentido para enriquecerse al complacer al IBEX retrasando el cierre de la economía y que no se habrían tenido en cuenta las limitaciones tan graves que el confinamiento produce sobre dependientes, mujeres maltratadas, niños y animales.

Es decir, cuanto peor, mejor.

De que una hipotética oposición izquierdista actuaría así hoy no me cabe duda y creo que este es el principal problema de la política en España, que ante los hechos objetivos o científicos no se aplican medidas objetivas o científicas, sino discursos ideológicos.

Lo diga Agamenón o su Tezanos, seguimo sin tests.

Y además - aunque yo tenga un balcón-, no todos tenemos la suerte de tener un jardín o un piso en Vallecas o un perro que pasear de nombre Excálibur.

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