Pero si hay una similitud inquietante entre la Sevilla barroca y decadente de mediados del siglo XVII y los hechos de hoy mismo, esta es la ausencia absoluta de desfiles procesionales durante la Semana Santa.
Lo que hace aún más misterioso este cruel paralelismo no es que la ausencia de cofradías sucediera durante la efervescencia de la epidemia, sino en el arranque de la curva, como una silenciosa trompeta del apocalipsis que anunciara el infierno en la tierra.
A menudo la lluvia -es primavera- impide la celebración de las estaciones de penitencia, pero rara vez se extiende su efecto devastador por más de dos o tres días -es primavera-, de manera que no se conocen, al menos en el último siglo, años en que la totalidad de los cortejos dejara de saliera a la calle por razones meteorológicas.
El impacto más duro fue en el año 2011, en el apogeo de la crisis económica que condujo al cambio del gobierno de la nación, aquel año aciago empezó a llover el miércoles santo y ya no cesó. Fue la última gran puntilla del paro en Sevilla, a partir de ahí, olvidado el ingenuo e ineficaz PlanE, todo fueron recortes.
En 1933, preludiando los desastres de la inminente guerra, solo una cofradías salió de su templo, la Estrella, apodada desde entonces la valiente. Parece como si el silencio de Dios por las calles y callejas fuera anuncio de un silencio metafísico mayor.
En 1649, con la peste ya intramuros de la ciudad, pero aletargada por los fríos y humedades invernales, llegó el diluvio de finales de marzo, y la lluvia entonces quería decir la riada. Frecuente conocida de la ciudad -"hasta aquí llegaron las aguas en el año de 1649", dicen las piedras- parece que, como anticipo y preludio de la siega mortal que luego habría, la inundación fue calamitosa:
"se anegó más de la tercera parte de la ciudad y buena parte del arrabal trianero. En algunas zonas y barrios, como por ejemplo en la Alameda, los Humeros, el Baratillo o la Carretería, no se podía salir de las casas sino era en barcas", apunta Juan Ignacio Carmona García en "La Peste en Sevilla".
Y esto sin cambio climático.
Tardaron las aguas en retirarse y los lodazales se convirtieron en el cultivar de la epidemia que luego reventaría, pero antes de esto no cesaba la lluvia y llegada la Semana Santa seguía lloviendo.
El anónimo jesuita testigo de los hechos al que hemos venido siguiendo, escribía en su memorial:
"Llegó el sábado de Ramos, que se contaron 27 días de marzo,
amaneció lloviendo sin cesar. Siguió el Domingo de Ramos con grandísimos
aguaceros, y Lunes y Martes Santo, que en breve se inundó la ciudad ocasionada
de estar cerrados los husillos y albañales por venir el río tan alto que
asombró, que todos los entendidos en esta materia afirmaron de toda verdad,
habiendo visto las señales, que había sido mayor riada que la del año de 1636,
y cuando menos había sido tan alta. En cuanto lo de los muros adentro fue
mucho, y en las más partes se proveían de lo necesario con barcos, y sería lo
anegado más del tercio de la ciudad."
En la confusión de la inundación se aprecia cómo el COVID del siglo XVII enseñaba su corona de dientes, generándose el pánico ante la manifiesta realidad de los hechos, que aún se negaban por la opinión pública, como sigue pasando hoy:
“Llegó el día 4 de abril, que fue el de Pascua de Resurrección,
tan festivo y alegre para esta ciudad en otros años, pero en este tan triste
que para encarecerlo mucho no diré más sino que en la carnicería no hubo onza
de carne, ni bocado de pan en las plazas. Y en los oídos mucho de que moría
mucha gente de peste, como era la verdad. Porque todo el día no cesaban los
entierros, y en las bocas de las calles inundadas aguardandos dos y tres cuerpos
Muertos"
Nuestro bloguero del siglo XVIII concluye de forma demoledora sus informes:
"Se vio una cosa no vista en Sevilla, que fue no salir cofradía alguna a causa de continuar las aguas".
¿Comprenden ahora cómo el corregidor de la muy noble y leal ciudad de Sevilla, por barroquísimo nombre Don Juan Espadas, apelara a la OMS para ser convencido de que había que parar las procesiones?
Aquí se mide el tiempo en siglos.
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