martes, 21 de abril de 2020

Diario del Año de la Peste XXXVIII ("La décima elegía")

En febrero de 1922, tras un intenso confinamiento de tres semanas en un torreón medieval en Muzot, Suiza, el poeta Rainer María Rilke completaba la décima de sus diez elegías. Tenía cuarenta y siete años y apenas sobreviviría a su obra algunos breves años más. 


Pero ya no importaba. Había cumplido su misión redentora. El encierro de Muzot fue el final de una larga catarsis espiritual, una de las más altas obras del espíritu humano que había dado principio diez años antes, cerca de Trieste, en el Castillo del Duino que da nombre al conjunto, las "Elegías duinesas".


Asomado a los abismos del Adriático allí escuchó el primer alarido de los ángeles ultraterrenales que proclaman que la belleza no es sino el principio de lo terrible:

"¿Quién si yo gritara me escucharía de entre las jerarquías de los ángeles?"

Ante aquella aparición todo lo que había escrito hasta entonces -que era mucho- se desvaneció como pétalos secos en un cuenco de ceniza. De una sola vez atisbó la obra completa, incluido la celebratoria elegía final.

A partir de ahí su vida fue una búsqueda en pos de aquellas criaturas: en Toledo, donde una estrella entró en su pecho en el puente de Alcántara, en Sevilla, donde en el Hospital de la Caridad escuchó el estertor agonizante de los ancianos enfermos de coronavirus, en Ronda, en cuyos cielos y montes estrellados como un Van Gogh, veía alejarse a los pastores y sus cabras como acaso los viera Jehová en la tierra de Ur.

Pero no fue hasta su encierro místico y salvaje en Muzot, -cuando apenas se alimentaba de manzanas silvestres, sin apenas dormir, en un éxtasis ascético continuo-, cuando alcanzó, como solo lo habían hecho antes Homero, Virgilio y el Alighieri, las profundidades del ser para retornar, resucitado, lo mismo que Moisés con las Tablas de la Ley, las diez elegías que son -en sí mismas- una metafísica y una cosmología del espíritu.

Anhelando el final de los confinamientos, hoy todos somos Rilke en Muzot -Rilke que moriría herido por la espina de una rosa, como otros de los nuestros han muerto por las espinas de un virus-.  Y como una plegaria de profundis, acudo hoy a esta décima sinfonía del alma, parafraseando algunos, solo algunos de sus versos:


Que un día, a la salida de esta visión (confinamiento), eleve yo
mi canto de júbilo y gloria hasta los ángeles, que asentirán.
(...)
Por cierto, ay, qué extrañas son las callejuelas
de la Ciudad del Dolor, donde en el falso silencio,
todo era vacío.
(...)
Los niños juegan, los amantes se toman uno al otro,
apartados, con seriedad, en la pobre hierba, y los perros
tienen la naturaleza.
(...)
Y ella lo conduce ligeramente a través del amplio paisaje
de las lamentaciones, le muestra las columnas
de los templos y las ruinas de los castillos, desde donde
antiguamente, los príncipes de las lamentaciones
con sabiduría gobernaban el país. Le muestra los altos
árboles de las lágrimas y los campos de la florida
melancolía. 
(....)
Al atardecer lo lleva a las tumbas de los ancianos
de la familia de las lamentaciones, las sibilas
y los señores del consejo. Pero se acerca la noche,
así que caminan más despacio, y pronto se levanta, lleno
de luna, el monumento funerario, que vela sobre todas
las cosas. (...) 
Y se asombran ante
la cabeza coronada (de virus), que para siempre, silenciosamente,
ha puesto el rostro de los hombres sobre la balanza de las estrellas.
(...)
Y más arriba, las estrellas. Nuevas. Las estrellas
del país del dolor. (...)
Pero en el cielo del sur, pura como en la palma
de una mano bendita, la clara M resplandeciente,
que significa las Madres...
(...)
Pero si despertaran en nosotros un símbolo, ellos,
los interminablemente muertos, mira, señalarían quizás
las ramas de los avellanos vacíos, colgantes,
o pensarían en la lluvia, que cae sobre el suelo oscuro en primavera.
(...)
Y nosotros, que pensamos en la dicha creciente,
sentiríamos la emoción
que casi nos consterna
cuando cae algo feliz.

Que así sea.

Selección de la décima elegía recreada sobre la versión de José Joaquín Blanco https://divinapoesia.blogspot.com/2014/09/las-elegias-de-duino-la-decima-elegia.html]


Rainer Maria Rilke — The view on Miège and Muzot Castle where Rilke...





1 comentario:

José María JURADO dijo...

Como la señora mayor que iba de voluntaria a una residencia el otro día y dijo que no se le ocurría otra forma mejor de morir que ayudando a los demás.

Al atardecer de la vida me examinarán del amor...

 
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