Hasta la aparición de Bécquer -nuestro Chopin- y Rosalía de Castro -nuestra Fanny Mendelshon, nuestra Clara Schumann o Lili Boulanger-, la poesía del siglo XIX en España es a la poesía europea lo que la zarzuela -Barbieri, Chapí, Bretón- es a la ópera de su siglo: Rossini, Wagner, Verdi.
Dicho sea esto en favor de esta poesía, entrañable como la zarzuela, es decir, como nuestra. Plena de color y sabor, tan castiza como ligera, pero con el inevitable chorreón provinciano del porrón de vino y el mantel a cuadros rojos y blancos de un cocido.
Pero, ¿quién no preferiría el cocido a las finas hierbas alemanas?
Esto es lo que todavía (lo único) hace moderadamente legibles a Nuñez de Arce o Campoamor.
Pero ojo con el colesterol.
Pero ojo con el colesterol.
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