Ha llegado la primavera de enero, heraldo de abril y su carro de flores.
A mediodía la luz es un buril que talla las plateadas aristas de la realidad y bajo el sol altísimo tiembla
la carne tibia de la tierra.
En las ramas de los árboles las yemas aguardan la gran
subida lunar de la savia y en el vacío de las hojas laten estambres y pistilos.
Ya las tardes se conocen y la luz se evapora más despacio y
perezosa, esfumándose entre brumas, perspectivas de estatuas y jardines lejanos.
¡Primavera de enero!
Tras el alto cielo herido y su máscara de oro, la pérgola fantástica
de las rosas de mayo arroja ya a la tierra una lluvia invisible de pétalos.
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