jueves, 28 de octubre de 2021

El pretorio

En ningún lugar está escrito que las incertidumbres y dudas de un católico sean inferiores a la del agnóstico incierto o a las del ateo recalcitrante.

La diferencia estriba en que a estos si canta el gallo tres veces les debe, en teoría, dar lo mismo.
En cambio el católico se toma muy en serio no ya la vida eterna, como sospecha la cofradía de los mortales, sino el llanto y el rechinar de dientes.
O sea lo que Lovecraft llama terror cósmico y los clásicos llamaban Hades.
Inmadurez o miedo, que dirían Nietzsche o Freud, esos campeones de la humanidad, incapaces ambos, por cierto, de curarse a sí mismos.
Y, aunque no hay que descartar que tengan razón los filósofos nihilistas y existencialistas [no la tienen: pero hay que decirlo así para hacer digerible la piedra de molino y que la nótula pase la censura] hay algo que se revela en nuestro interior y se vuelve hacia algo más grande e ignoto.
Volviendo al tema del averno, esa cumbre vieja de la humanidad, ¿no es para espantarse si la realidad es que a todas horas, como el buitre que devoraba las entrañas de Unamuno, el gallo no cesa de cantar, tres, treinta, treinta mil veces?
Y nosotros ahí, a la puerta del pretorio.


IMAGEN: Picasso. Naturaleza muerta con gallo y cuchillo. Expuesto estos días en el Museo de Sevilla con motivo de la exposición "Cara a cara. Picasso y los maestros antiguos".

 
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