domingo, 24 de octubre de 2021

El vuelo del águila



El únanime clamor de reivindicación humana y literaria que hemos vivido tras la muerte de Aquilino Duque, el gran senador romano de las letras españolas, el gran poeta de la generación del cincuenta que no aparece en ninguna antología de esa generación, porque él concursaba en el Parnaso Sevillano, junto a Herrera, Rioja, Arguijo, Lope de Vega, Góngora, Bécquer, Machado A. y M., JRJ, Cernuda, Lorca, Romero Murube y Fernando Ortiz. (1).

Digo que este unánime clamor, que solo tienen los santos y los poetas, -a mí no me cabe duda de que la obra de Aquilino Duque escalará en la muerte las cumbres que ya divisó en vida-, no nos debe hacer olvidar una cuestión a mi juicio crucial sobre el ecosistema literario español.
Las voces que se han alzado no son, salvo excepción, voces de la izquierda que en general han callado en señal de respeto por una obra cuya ideología les resulta urticante, pero sobre cuya calidad no tenían duda: silenciosos antes, silenciosos después, hay que aplaudir plas, plas, su coherencia.
El problema lo suscita el inmenso "elenco" de escritores conservadores (o en conserva) y liberales (o liberarillos) que han tirado ahora su cuarto a espadas, cuando ya no se jugaban nada, porque todo lo que se diga de un muerto -si se ha tenido oportunidad de decir en vida, y se tuvo- no deja de ser una posición magmática entre la indignidad, la mala conciencia y el fracaso.
Si todas esas voces, si todos esos ecos, si todos esos medios y medio medios hubieran dicho eso mismo cuando había que decirlo: ANTES, a lo mejor Aquilino Duque se habría llevado a la tumba alguna flor natural (quiero decir oficial), además de las flores que mandaron su pueblo de Zufre y Vox.
Yo no vi la corona del Ayuntamiento de Sevilla, ni las condolencias de Juan Man, el hombre corriente.

No faltaron, eso nunca, las flores de los rezos, las rosas de la amistad.

Seguramente en la Consjería, en el CAL, en las redes disociales preguntaron y alguno de los que luego ha firmado artículos diría: más o menos era de los nuestros, pero no nos conviene.
Porque, y aquí queríamos llegar, no hay mayor oposición para un escritor, digamos conservador -(que hay que re-traducir como moderno, actual y de vanguardia, pues así es la eternidad, la ola de lo mejor)- que la de sus propios correligionarios.
A Teresa y San Juan se lo ponía difícil la Iglesia, no el demonio.
A los escritores católicos (y a los que han dejado de ir a Misa y por eso se creen agnósticos o liberales) quien se lo pone difícil son los otros escritores católicos. Y no, no es que exista una guerra civil que impida ganar la batalla de la guerra cultural, es que sigue existiendo un complejo muy grande, de suerte que la mayor aspiración de un Conservador español que escribe es hacérselo perdonar, no perder su cuota de simpatía, llevar en la cabeza un gran rótulo de demócrata y, a ser posible, ingresar en la Cofradía de la Tercera España, donde no importan las ideas, sino las afinidades, ese espacio del centro que abarca desde la izquierdona a la derechona y fuertemente caracterizado por ingerir todas las piedras de molino que les ponen por delante los gigantes de los medios.
Ahí no quiso estar Aquilino Duque y los que sí estaban subidos a las aspas y que ahora hacen carantoñas era mencionarles antes al Duque y parecía que les recetabas el bálsamo de fierabrás.
El tortazo literario conservador va a ser -como ha sido siempre- épico, pero mientras gira la rueda de Twitter, las ideas dan en el fondo lo mismo, la batalla de las ideas no es más que la de los egos con público, quiero decir con clá.
¿Pues no ven que ya se han comido su queso figuras que antes eran -manos blancas no ofenden- agnósticos rumbosos de la primera hora, escribidores de este EL PAÍS o esta VANGUARDIA de todos los demonios?
El otro día decía el Guerra, al que ahora a los fachas les ha dado por ensalzar, a cuenta del desfile militar, que hay en España quien prefiere a la cabra: no solo los dejó retratados -pasarán unos meses hasta que vuelvan a reenviar textos del guerra los radiotipos prusianos- sino que -con precisión de estilete- definió el pensamiento conservador español.
Ese pensamiento que va detrás de la cabra de la tercera España y no en pos del Águila Aquilina de nuestro Duque, Real, Imperial y Americana.
La que ha visto más porque más alto vuela.
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(1) Todo el mundo sabe que existen dos empíreos, el de la poesía universal y el de la hispalense, que ha volado siempre más arriba y al que por extensión y afinidad pertenecen también algunos poetas renacidos en Sevilla.
Sucede aquí como en los toros, que están los de Sevilla Curro, Morante, Pepe Luis, Joselito, Belmonte y luego los demás.
O como en la pintura, Velázquez, Murillo, Zurbarán... y luego viene ese chico de Málaga, Pablito.

Esto es así y qué le vamos a hacer, ay Río de Sevilla, qué bien pareces lleno de velas blancas y ramos verdes]

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