jueves, 9 de diciembre de 2021

Capuletos y Montescos

 

[Palabras pronunciadas con motivo de la mesa redonda sobre la ópera de V. Bellini "I CAPULETI E I MONTECCHI" celebrada el día 8 en el Teatro de la Maestranza, y que tuve el honor de moderar para la ASAO junto a Jordi Bernácer -director musical- y Luis Cansino, barítono]

La historia de "Capuletos y Montescos" es tan antigua o más que el mundo, precisamente en los próximos meses tiene previsto Spielberg estrenar otra versión, nuevamente con el nombre de "West Side Story". Esta trágica historia nunca dejará de conmovernos porque habla de todos y cada uno de nosotros. Bajo la forma del amor imposible y de la más alta aspiración humana resuelta en sombra y ceniza podemos encontrar amparo todos.

Al hablar de la historia de Romeo y Julieta, de estos dos adolescentes únicos en la única edad en que el amor desconoce las fatalidades de la vida y es puro y acaso verdadero amor, es inevitable evocar la escena del balcón y la rosa sin nombre shakesperiana, -el bardo inglés cinceló su tragedia sobre el corazón y la memoria de la especie,- que no aparecerán sin embargo en esta función. Existen, sí, los ballets de Tchaikovsky y de Prokofiev, existen -son muchas las obras inspiradas en Shakespeare- el "Romeo y Julieta" de Gounod, pero solo estos Capuletos y Montescos de Bellini acuden a la fuente original italiana, la historia breve de Mateo Bandello, "Los Amantes de Verona", que aquí nuestro Lope de Vega adaptó como "Castelvines y Monteses".

Y eso a pesar de que esta ópera cobró vida -y muerte- en 1830, en la Fenice veneciana, cuando el cisne inglés ya llevaba dos siglos en el trasmundo y era de sobra conocido en toda Europa. Con todo, hay quienes dicen que Bellini desconocía las tragedias de Shakespeare y que éstas no se habían difundido bien por Italia, pero a mí me cuesta creerlo. Siendo el bel-canto la expresión más genuinamente italiana y la más pura expresión del sentimiento italo, quiero suponer que Bellini rescató a Romeo y Julieta del balcón inglés para hacerlos otra vez veroneses, otra vez italianos.
No disuena por eso la magnífica puesta en escena Silvia Paoli de en esta coproducción entre el Teatro de Tenerife y la Ópera de Bolonia en la que el palacio de los Capuleto en Verona ha sido trocado por un salón de billares, el Bar Verona, donde opera la camorra calabresa. Resulta un acierto evocar el ecosistema de la mafia, tan querido por la contemporaneidad, para exponer una historia pasional: ahí están los narcocorridos, ahí la prensa de sucesos, la pasión gusta de encarnarse entre quienes viven al límite. Es verdad que esta sacralización del mal no permiten inferir un buen augurio para nuestra sociedad y acaso habría que preterirla, pero lo cierto es que funciona. No era mejor la vida en tiempos de Vincenzo Bellini y a nuestro tiempo hay que decirles las cosas claras, no podemos irnos por los cerros de güelfos y gibelinos, hay que contar una historia del Bronx. Transitar, permitan la boutade, de "Los Soprano" a las soprano...

Sí, sí, estamos en Verona, sí, estamos en la Italia medieval, Capuletos y Montescos, güelfos y gibelinos, han abierto la caja de Pandora y en ese cruce de odios florece el amor universal, pero a partir de aquí todo es distinto. La perfección palladiana de ese genio muerto a los treinta y tres años, a la edad en que los dioses reclaman su tributo a los elegidos, adquiere en esta obra, sobre todo en su segundo y lúgubre acto un pathos romántico, una nueva luz mortecina, que nos habla de una nueva sentimentalidad -la romántica- en muchos aspectos hoy vigente.
Estrenada en 1830 durante el Carnaval de Venecia, Bellini solo dispuso de un mes y medio para escribir la ópera, por lo que -es la frase apropiada- "tiró de repertorio" y reutilizó música escrita, sobre toda de su ópera "Zaira", que fue silbada en Parma, de ahí que Bellini dijera que fue vengada por los "Capuletos y Montescos" en Venecia. Por esta reutilización de materiales la obra adolece quizá de cierto esquematismo argumental, pero su novedad estriba en la escritura amorosa de los parlamentos de Romeo y Julieta, de una intensidad y belleza melódica sobrecogedoras.

Con Jordi Bernácer a la batuta se estrenan mañana, pues, estos "Capuletos y Montescos" con un elenco de excepción: Luis Cansino, en el papel de Capello, el padre de Julieta, Tebaldo, como prometido, encarnado por Airam Hernández, Julieta, por la rutilante estrella de la ópera sevillana, Leonor Bonilla, asumiendo su papel no ya solo de novia de Romeo sino de novia de la afición lírica de Sevilla, y con la argentina Daniela Mack en el papel de Romeo, lo que no es una concesión a la modernidad sino una forma expresiva que se desvanece con el romanticismo y que aún llegó a utilizar por ejemplo Richard Strauss en “El Caballero de la Rosa” para el papel de Octavian. Como curiosidad Jaume Aragall llegó a cantar esta ópera como tenor, en una revisión de Claudio Abbado en 1966 para La Scala que no se ha vuelto a editar.
A esta obra que fue un punto de inflexión hacia la cumbre artística -¿qué nos hubiera dado Bellini si lo astros le hubieran concedido vivir más?- sucedieron, esos tres monumentos belcantistas que son "La Sonámbula", "Norma" e "I Puritani", porque tras estos "Capuletos y Montescos" Bellini había desarrollado un nuevo y definitivo lenguaje musical para conmover por la belleza.
JMJ - diciembre 2021
Fotografías de Pascual Muñoz.





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