Basta un click para acceder al horror, ahora hay una mirilla,
un pasadizo que conduce al infierno y por más que corramos la cortina del salvapantallas
no se va a extinguir el dolor y el fuego sobre Ucrania.
Tenemos línea directa con las trincheras del mundo.
No deja de ser rocambolesca la puesta en escena que convoca
la presencia de Zelensky manifestándose ante los senados del universo como si nos
hablara desde los confines de una galaxia muy muy lejana. Como si el sátrapa
ruso fuera el Emperador Sith.
Ucrania no es una isla remota, está aquí, porque además tu
vida, la mía, la de todos, está conectada al click de un botón rojo que incendiaría
la tierra en menos de lo que se tarda en hacer una copia de seguridad de los
datos de wsp.
Ni siquiera existe la distancia geográfica: solo
cuatro horas de vuelo separan Sevilla de Kiev, una hora menos de lo que se
tarda en ir en coche Almería.
La ¿contundente? reacción de occidente solo se explica porque
es imposible negar lo que está sucediendo a la vista de todos. La poca dignidad
que nos quedaba la hemos empleado en articular unas medidas que intentan
difuminar la evidencia: la única reacción honorable y a la altura de la hoja de
ruta que ha conducido a esto (desde el desmantelamiento de las nucleares a las
falsas promesas a Kiev) es ir a la batalla.
¿Pero quién de entre los mandatarios del mundo tendría ahora
las agallas de aterrizar en Odessa y decir, como aquel presidente asesinado, “yo
soy ucraniano”? A cambio, haciéndonos trampas al solitario, ponemos al heroico
presidente de Ucrania a decir por una pantalla: “yo soy europeo”. Y la emoción y
la épica dura lo que dura la videoconferencia.
Ahora bien, ¿se puede ir a la batalla? Was tun? -qué hacer, que
se decía aquel mogol llamado Lenin que está en el origen primigenio de este fracaso.
Militarmente, nada: las armas nucleares se inventaron para
esto.
Occidente las usó y le funcionaron, no se olvide.
¿Entonces?
Por más que la violencia nos repugne la repugnancia solo es
verdadera cuando se arriesga vida y hacienda para erradicarla y para esto hay
que tener una altura moral que ahora mismo solo tienen los patriotas ucranianos
a quienes han arrebatado todo.
Pero el precio es inasumible porque comporta la destrucción
del mundo.
Es trágico decirlo, pero solo cabe prepararse para la próxima
batalla, rearmarse moralmente para que el enemigo no se atreva a cruzar la
próxima frontera.
Si Reagan inquietó a la URSS con la potencia fool de una escalada
militar galáctica, la Guerra de las Galaxias de Putin se ha dirimido en el
plano moral: "todo lo más -se ha dicho- me pondrán una multa", y la verdad es que de ahí no
hemos pasado.
¿Y es posible ese rearme moral, esa resurrección de la conciencia que enarbole nuevamente la bandera de la libertad -libertad para qué se decía el otro Vládimir- que nos ha arrebatado la guerra y la pandemia?
Pues me temo que no sin dolor, pero el dolor es siempre el padre de la
esperanza.
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