domingo, 13 de marzo de 2022

Guerra del alma

 

Siempre me ha parecido (recuerdo haber tenido ya este pensamiento cuando asistía de niño al rosario diario  de misiles en el Líbano) que la guerra es una proyección astronómica de los odios del mundo.

Si existen disputas entre familiares, entre vecinos y  amigos, entre departamentos de una misma oficina, ¿cómo nos va extrañar que a otra escala esta violencia alcance la forma de combates cruentos, en los que el uso de armamento anonimiza este horror universal?

La guerra, esta o cualquier otra, suscita más adhesiones de las que públicamente son reconocidas, siempre encontraréis quien la justifique o explique, quien en el fondo la apruebe.  

Haced un pequeño sondeo en vuestro entorno y veréis que nunca falta quien comprenda las razones del guerrero, y cómo estas personas, a su vez, registran un largo memorial de conflictos con su mundo.

En España avergüenza la tibieza del repudio a la Guerra de Ucrania de algunas formaciones siempre en posición de combate, desde los dos extremismos ideológicos. Como avergüenza el uso que desde el poder se realiza de estas confrontaciones en propio beneficio sin medir las consecuencias.

Desde la secesión de Cataluña -no militar o política, pero secesión de facto- la crispación se ha elevado a niveles que no se veían desde la Segunda República que colapsó precisamente por convertir a la violencia en el principio primordial de acción política.

No hay pues, pongo por caso, tanta distancia, entre las guerras de Casado y Ayuso o las de Pedro Sánchez y sus socios de gobierno, y la terrorífica de Ucrania, la violencia universal “cristaliza” siempre en armamento y la única forma de combatirla, más allá de la acción humanitaria y comercial, es, me parece, la acción personal: hacer del amor y la ternura un principio vital, dulcificar nuestra relación con el mundo, ser algo más dóciles ante los requerimientos de los demás.

Durante el Gran Confinamiento nos llegamos a convencer de que saldríamos mejores del arresto domiciliario, pero la realidad es que en nuestros negocios diarios  estamos todos más crispados aún que antes y ya metidos en la III Guerra Mundial, lo que a mí no me extraña viendo como arden continuamente las agresiva redes sociales.

Estos últimos años nos han obligado a todos a pensar por encima de nuestra realidad y nuestras capacidades, estamos agotados y nos merecíamos algo más de universal felicidad.

Creo que esto es un sentimiento común, como lo es que las mascarillas se hayan caído por acción de los misiles rusos.

Esta la cosa tan mal que deberíamos darnos todos un poco más de cariño.

El efecto, créanlo o no, será inmediato, como inmediato es de la oración.

Yo me recuerdo con seis años rezando porque se acabara la guerra del Líbano y cómo mi oración fue interrumpida por un avance informativo (de esos avances de entonces que lo mínimo que reportaban era la muerte de John Lennon o el Golpe de Tejero y que hacían temblar a las familias) que anunciaba una tregua y el fin de las hostilidades.

No les voy a pedir a ustedes que recen, pero sí que den los buenos días y los den sonriendo.

Para exterminar la violencia del mundo se ha de empezar también por uno mismo.

Imagen: mi hija Paloma (de la paz) bailando en 2019 con el Ballet de San Petersburgo.

No hay comentarios:

 
/* Use this with templates/template-twocol.html */