http://lacolumnatoscana.blogspot.com.es/2015/06/el-terremoto-de-lisboa-iv.html
CAP. III
http://lacolumnatoscana.blogspot.com.es/2015/05/el-terremoto-de-lisboa-iii.html
CAP. II
http://lacolumnatoscana.blogspot.com.es/2015/03/el-terremoto-de-lisboa-ii.html
CAP.I
http://lacolumnatoscana.blogspot.com.es/2015/03/el-terremoto-de-lisboa-i.html
La luz rojiza del
amanecer, húmeda y deshilachada, los acechaba por la espalda, caminaban aún bajo
las sombras, hacia el soto de acebuches donde él había dejado atadas las mulas;
lo bastante lejos del palacio como para no alertar a nadie con sus relinchos. Ella,
como él le había rogado, apenas había preparado un pequeño fardo con sus cosas
que ahora Rodrigo acarreaba con miedo y delicadeza. Nadie la había visto salir
a través de las cancelas y galerías. Ambos habían sentido cómo el corazón les
palpitaba cada vez más fuerte, casi a punto de estallar, hasta que por fin se reunieron
en el lugar convenido, junto al viejo crucero en ruinas y bajo la inmensa noche
estrellada. Las lechuzas ululaban en el olivar, espectrales y remotas. Estaba
cayendo el rocío y de la tierra subía,
sobre la vocinglería de las aves nocturnas, una intensa mezcla de olores -el
pasto mojado, el romero, el cantueso, el mirto, la jara- que el alambique incierto
del horizonte, traspasado por la brisa salobre y marina del océano, iba destilando
solo para ellos, únicos habitantes del planeta.
Las bestias estaban inquietas,
un vaho intermitente salía de los ollares palpitantes, igual que el fuego de las fauces de los dragones que hacían las veces del diablo en los azulejos de la
capilla, y les costó mucho acomodar las alforjas. Puesto
ya el pie en los estribos, vieron pasar una piara de jabalíes
que corría asustada en dirección a las marismas y temieron que las mulas se desbocaran,
pero no pasó nada, antes, al contrario, tras su paso se hizo un silencio hondo
y unánime, pero que apenas duró un segundo. El día crecía tras ellos y como una
flecha vieron surcar el cielo a una multitudinaria bandada de gansos silvestres que
poblaron la mañana de estridentes graznidos, aunque el ímpetu y majestad de su
vuelo era solemne como el paisaje.
Rodrigo, arreó a los
animales y añadió levantando la vista:
- Vienen del norte. Huyen
del frío, como nosotros.
[Continuará...]
Olivos, Van Gogh |
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