viernes, 24 de abril de 2020

Diario del Año de la Peste XLI ("Quijotesca")

Condenado en la Cárcel Real de Sevilla, cautivo en Árgel, detenido en Valladolid, preso en los calabozos de Castro del Río o Argamasilla de Alba, enfermo de calenturas bajo la cubierta de una galera en Lepanto en la ocasión más grande que vieran los siglos, -confinado siempre- Miguel de Cervantes soñó a don Quijote, a pesar de su triste figura, como un heraldo de la libertad.

Sus tres salidas son tres huidas de un confinamiento peor que el que ahora soportamos: el de la insoportable realidad que nos atenaza a veces, el de esos grilletes que, por el nombre de costumbre, facilitan el discurrir del río de la vida, pero no evitan sus escollos ("la barca del amor naufragó en los rápidos de la vida cotidiana", que dijo Maiakovsky, aquel poeta libertario del que se deshizo Stalin, el gran confinador).

No es extraño que así fuera, concebido en la cárcel "donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación" nos dice en el prólogo a la primera parte, Cervantes -que ya había estado preso cinco largos años en Árgel hasta su rescate por los padres trinitarios-  logró evadirse de su "dura España" y "sórdidos oficios" (Borges) sobre el Clavileño de su imaginación.

Atado siempre a las dádivas de algún noble, incapaz de estrenar sus obras, resignado a soportar los escándalos de sus hermanas; que Cervantes, a los ciencuenta y siete años de su edad diera la primera parte del Quijote y a la provectísima edad de sesenta y siete ese prodigio aún mayor que es la segunda, habrá de maravillar siempre a los pequeño burgueses que creen que está dicha ya la última palabra, que el hombre no es dueño de su destino, que no se puede traspasar -Cortés en Veracruz, Pizarro y los trece de la fama- la raya de los confinamientos.

Que la realidad puede ser dinamitada hasta extremos insospechables es algo que desde que vivimos en este estado de aventura no nos atreveremos a negar, no hay más que asomarse a las calles, -¿nos hemos extinguido o le hemos puesto puertas al campo?- para  admirar un escenario apocalíptico de ciencia ficción.

Cuando volvamos el rostro hacia estos tiempos no creeremos haber sido capaces de protagonizar esta larga travesía, pensaremos que alguien nos dio a beber una dosis increíble de realismo mágico. Y, como en Cervantes, se activará en nosotros, como un resorte, el anhelo la libertad, tan amenazada estos días por tierra, mar y facebook:

"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertadI así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres."

Y mientras tanto, ¿qué hacer? "Was Tun?", que se decía aquel enemigo declarado de la libertad que tomaba los cielos por asalto al grito de  "libertad, libertad para qué".

Pues mientras tanto, no queda otra, hay que abrir el viejo desván de los antepasados, recuperar sus ropajes, componer cuadros antiguos, tomar por yelmo un bacía de barbero, limpiar las lanzas herrumbrosas, sacar brillo a la adarga, leer el Amadís y, cuando la del alba sea, salir sin ser notado, a lomos de Rocinante, para enfrentarnos a esos minúsculos gigantes de viento que llaman coronavirus.

Don Quijote, de Doré - Gustave Doré - Historia Arte (HA!)
Don Quijote por Doré.

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