jueves, 26 de noviembre de 2020

Tarde de paseo.


Andando, bajo la lluvia fría y la luz amarillenta de las farolas, por calles oscuras y destartaladas, con todo cerrado salvo algunas jugueterías clandestinas y varios negocios de dudosa reputación. Hay poca gente y dispersa, a estas horas, las siete de la tarde, si está uno en la calle es un espía, un forajido o se está sacando el carnet de conducir. Hace frío en los huesos y en el corazón, parece que viviéramos en los fotogramas del Tercer Hombre, pasa un autobús vacío y es un tranvía del otro lado del telón de acero. Me acerco a un puesto de alimentos, tras cruzar el check-point charly de Pino Montano, en realidad solo quiero un poco de luz, un poco de calor. Saco la cartilla de racionamiento, pero no quedan horas felices. Hay rumores de que por navidad se decretará una tregua, pero nadie lo asegura. Pido un cuartillo de vino, me subo las solapas del impermeable y me pierdo, solitario y oscuro, entre las sombras enmascarilladas e hidroalcohólicas del parque de Miraflores, donde los locos.

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