jueves, 24 de diciembre de 2020

El silencio de los corderos

Que en mitad de una pandemia que ha supuesto la muerte de decenas de miles de ancianos el gobierno legisle sobre la eutanasia evidencia, una vez más, el inmutable cumplimiento de una hoja de ruta.

Neguemos la mayor, ¿qué muerte no es digna? ¿En qué dignifica la muerte convertirla en homicidio aun cuando realmente la palabra correcta, según el diccionario sería el asesinato?

Homicidio: delito que consiste en matar a una persona sin que exista premeditación.

Asesinato: Matar a una persona con premeditación.

¿Cui prodest? ¿A quién beneficia, a quién conviene? ¿Cuál es la demanda social de esta abyecta y criminal legislación? Así como en los delitos sexuales clamaba al cielo un endurecimiento de las penas y la necesidad de una ley permanente de prisión, ¿qué urgencia había de legislar sobre esto y, puestos a legislar, por qué no se ha hecho sobre los cuidados paliativos?

No, estar en contra de la eutanasia -esto es, esa tautología que es estar contra la muerte- no significa -como los okupas de la realidad intentan hacernos creer- estar a favor de la prolongación artificial de la vida, prolongación que es otra forma de muerte. Tampoco implica enaltecer una visión redentora y trascendente del dolor: el dolor es malo y debe ser eliminado, aunque engrandezca a quien lo soporta.

Pero eliminar el dolor no se puede hacer por el camino expeditivo de eliminar el cuerpo.

Es fácil argumentar a favor de la eutanasia acudiendo -como en todas las leyes que atienden a una singularidad interesada- a los ejemplos extremos, pero todos hemos visto “Million Dollar Baby”, dirigida por el conservador republicano Clint Eastwood, y hemos comprendido por qué la mano del entrenador desconecta la máquina.

La compasión es humana, extremadamente humana, pero las leyes son frías y si permiten algo, lo permitirán con todas sus consecuencias. Con las leyes de hoy y en los poquísimos casos juzgados  los jueces saben encontrar mil y un atenuantes que amortiguan la condena, si acaso llega a haberla.

El viejo adagio de que cuando se hace la ley, se hace la trampa, se ha de considerar muy cuidadosamente cuando se amplía un derecho que -lejos de ser individual- interfiere en la vida (en la muerte) de terceros.

¿Y quién decidirá por mí? ¿La medicina? ¿Con qué legitimidad hipocrática? ¿Con cuánta hipocresía paliativa?

Esta luego la cuestión jurídica de dar validez a los testamentos vitales aun cuando se hayan emitido hace lustros. No son en sí testamentos, porque estos solo tienen validez tras la muerte:

Testamento: Declaración que de su última voluntad hace alguien, disponiendo de bienes y de asuntos que le atañen para después de su muerte

No es más que un desiderátum, ajeno -biológica y psíquicamente- a la realidad del trance futuro. Atendiendo -así se justifica la ley- al caso extremo, bien pudiera ser que en mi invalidez futura mi conciencia no quiera mi muerte, pero no pueda expresarlo y escuche a mi alrededor el corifeo de brujos empeñados en cumplir una voluntad QUE HA CAMBIADO.

Yo no firmaría jamás un papelito de esos ni aunque estuviera a favor de esta ley canalla por la misma razón que nuestros antepasados temían ser enterrados vivos.

Otra vez se legisla a favor de la muerte. ¿Por qué?

No creo que nuestros gobernantes tengan una opinión madura sobre un caso tan grave porque no la tienen sobre casi nada, pero va en su naturaleza cercenar, allá donde sea posible, todas las raíces que entroncan al ser humano con su naturaleza histórica, con su organización tradicional: familia, patria, memoria, religión, idioma... esas cuestiones que se resisten a cambiar y que una y otra vez -y en toda sociedad- reapareceN como modelo de organización natural.

Está comprobado que la estrategia funciona: debilitada la moral de la sociedad, nadie presentará oposición, como no lo hacía el Lazarillo de Tormes  con el ciego que lo engañaba (“¿Sabes en qué veo que las comiste de tres en tres? En que comía yo dos a dos y callabas “).

Y callamos.

Es el silencio de los corderos.

De los corderos llevados al matadero.


2 comentarios:

Carlos Martínez Aguirre dijo...

"El silencio de los corderos..."

Cuántas veces he pensado que ese es el título ideal para resumir el año 2020...

Y veremos si el del 2021 no va ser "El Séptimo sello"

José María JURADO dijo...

Brutal sería que fuera así.

 
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