jueves, 14 de enero de 2021

España a vista de Sello

(Prólogo sin acuse de recibo)

No soy experto sino más bien advenedizo o aficionado reciente al universo de la filatelia y, en consecuencia, rehén de la matasellada fe de los conversos y carente de toda autoridad en la materia, salvo la que me pudiera conceder desde lo bajo (muy bajo) un elemental (muy elemental) juicio estético. Me atrevo, no obstante, a afirmar, después de haber mirado miles de sellos de varias decenas de países en los últimos meses, que los años sesenta fueran la edad dorada del sello español. 

Aparecieron entonces unas series magníficas de paisajes y monumentos, como la -así llamada- "Serie Turística" o la de "Los Castillos de España", impresas en dos tintas de infinitos colores, a partir siempre de una calcografía grabada a mano, que buscaban  dar a conocer España a los visitantes extranjeros que bajo el encanto de aquel mantra racial y único: Spain is different! empezaron a llegar a las playas, plazas y pueblos del desarrollismo nacionalcatólico.

Mucho habría que hablar sobre las consecuencias, fastas y nefastas, que tuvo sobre el patrimonio aquel aperturismo que hacía gala de la exótica singularidad española, aunque la realidad es que el objetivo deseado por los próceres al mando se logró con creces, porque desde entonces y hasta la pandemia del año pasado aquí no ha dejado de venir gente a pasear. 

Fueron muchos y excelentes los grabadores de aquella época. Quienes saben citan sobre todo a Antonio Mánso Fernández (Madrid, 1934-1993) quien realizó toda su carrera profesional -nos dice la Wikipedia, nueva Bocca della Verità sujeta a tantos errores como la de Roma- en la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, llegando a ser en 1989 Grabador Mayor de la Casa de la Moneda (¡Qué título de nobleza maravillosa!). Suyos fueron los anversos líricos del billete de 100 pesetas de Falla y Bécquer y fue autor completo nada menos que el de 5.000 Pesetas -quien lo hubiera pillado entonces-, de Juan Carlos quien siempre podrá aducir en su histórico descargo que no fue acopiador de riqueza, sino coleccionista al por mayor de sus egregios retratos notafilícos.

Estos sellos, cuyo estética había venido desarrollándose desde muchos años atrás pero que en los sesenta alcanza su cénit, -los monumentos y tesoros de España fueron motivo de celebración postal desde principios del siglo XX-, y que aún extenderán su influencia artística en el diseño hasta muy avanzados los ochenta -cuando progresivamente se fuera abandonando la técnica del grabado por el conocido procedimiento de la jubilación del artesano-, ofrecen una imagen de España de una belleza resplandeciente.

Son preciosos. 

Atentos siempre a lo esencial de la forma, la composición y el detalle, cada uno de estos sellos es una obra maestra del grabado. Valen más e ilustran más que las decenas de miles de ristras y rimeros de postales desenfocadas, de colores saturados o exangües que, siempre con aire casposo y carpetovetónico, aún podemos encontrar durmiendo el sueño de instagram en los expositores de todo el territorio turístico nacional.

Remedando aquel maravilloso programa aéreo que fue "A vista de pájaro" y que nos deslumbró con el plano general y el detalle abismado de la España monumental, doy yo ahora inicio también a una nueva serie filatélica, a la que he llamado ESPAÑA A VISTA DE SELLO.

Son o serán glosas a estos pequeños grandes carteles, dedicada unos días a anotar la belleza de una imagen o un color, otras no más que a recrear o recordar el paisaje o el lugar que evocan, de forma que sean una suerte de pequeño viaje por una España portátil. Un baedeker filatélico para andar por la Piel de Toro, esa piel que hoy unos quieren vender o repartir a suertes y a la que sin necesidad de comérnosla o meterla en la mochila, vamos a intentar viajar ahora, lupa en ristre, no ya sin salir del escritorio, sino de dos o tres páginas de un álbum de sueños.








No hay comentarios:

 
/* Use this with templates/template-twocol.html */