lunes, 4 de enero de 2021

Senderos de gloria

Cuando uno dedica una parte importante de su vida, aunque tampoco mucha, a escribir versos ha de estar preparado para que le crezcan enemigos, uno ni los quiere tener ni los merece, pero ha de asumir que los tendrá, a cada palabra que escribe, por ejemplo estas mismas (un saludo al nuevo).

Esto es así porque los poetas fueron los precursores del ofendidismo internacional, ya que antes que la corrección política fue la corrección métrica.
¿Y cómo sucede esto?
Pues pasa sin que te des cuenta, alguien, por ejemplo, te pide la opinión sobre un poema y ya la hemos liado: si te quedas corto en el elogio, malo, si te pasas, ¡si te pasas es peor!
Si ya lo pones por escrito ni te cuento, todos aquellos de los que no hayas hablado nunca y que por lógica serán un número infinitamente superior te categorizarán como enemigo hasta que lo redimas con una reseña que sea de su agrado, que nunca hay ninguna que lo sea, salvo la que los propios poetas escriben en las contraportadas de sus libros.
En fin que aquí tenemos un joven lanzado al mundo de la lírica y no ha empezado aún a gatear cuando ya tiene más emboscadas que niños bandoleros había en Écija.
Para evitarse problemas hay que "Parsifal" de todo, es decir, cruzar el jardín de las tentaciones como hacía el portador del grial, más haciéndose el tonto que el bueno, porque no se puede ser bueno en esta cofradía de renegados y renegridos.
Y yo lo entiendo, porque aquí, quien más que menos es Rilke y está en juego nada menos que la gloria literaria, que aunque abriga poco a los muertos, es el sueño perenne de los vivos, sobre todo si es intercambiable o pagadera en forma de premio, columna diaria o publicación.
Por otro lado es justo que cada poeta se sienta si no Rilke, Homero como mínimo, porque los versos de cualquiera, tomados de uno en uno y leídos ante el espejo con voz solemne y rotunda, siempre suenan bien, está ahí en nuestra garganta toda la historia de la lírica y el corazón en la mano, ¿quién negaría su propia inmortalidad?
Ahora, es curioso que, aspirando tanto a la inmortalidad, anhelen tantos el reconocimiento terrenal. Esto es por lo que muchas veces he sospechado que para muchos la poesía es un medio, no un fin.
A la mayoría de los innominados poetas la poesía les da igual.
La Poesía, así, con mayúsculas, la que es Verdad y Belleza, está siempre en busca y captura, donde aparece es siempre perseguida por los que se dicen sus ministros, cazadores de luciérnagas a los que siempre les molestan los brillos en corona de laurel ajena.
Viene todo esto a cuenta de un artículo aparecido en prensa en que un vocero de la lírica andaluza regala una retahíla de adjetivos a cuenta del homenaje a Bécquer y quizá porque no se le hubiera invitado, retahíla que yo creo -si no estuviera curado de espantos- que debiera haber reservado (estamos en Navidad y no vaya a ser que Dios no quiera nacer) para algún sindicato del crimen o, al menos, para alguna acción más pérfida o execrable digna de tan egregios epítetos.
En fin que nuestro crimen fue dar una Misa por Bécquer (y Valerian) y que solo fuéramos trece felices escogidos cuando las puertas del templo estaban abiertas para todos, como las del monte Parnaso...
Menos mal que Bécquer, con esos ojos suyos, los suyos nada más, ya me había advertido de esto en la rima XLVII:
Yo me he asomado a las profundas simas
de la tierra y del cielo,
y les he visto el fin, o con los ojos,
o con el pensamiento.
Mas ¡ay! de un corazón llegué al abismo
y me incliné un momento,
y mi alma y mis ojos se turbaron:
¡tan hondo era y tan negro!!
Y quizá por eso, por hondo y negro, no se le invitó.
Que sigan radiando.



1 comentario:

José María JURADO dijo...

Así es, pero hay, también, mensajes que hay que intentar que escuche el mundo.

 
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