lunes, 22 de febrero de 2021

Juicio al siglo XIX

En mis paseos por el siglo XIX he estado muy bien acompañado por Josep Fontana, director de la "Historia de España", de Ed. CRÍTICA y Ed. Marcial Pons, y autor del volumen seis -el primero que salió- dedicado a esta centuria de la que fue el máximo especialista (murió en 2018), subtitulado "La época del liberalismo".

Durante varios meses hemos compartido terrazas, parques, párkings y confinamientos discutiendo toda clase de pormenores sobre un siglo tan asombroso como desquiciante y que alcanzó las más altas cotas del esperpento durante el sexenio revolucionario que culminó con la Primera República; una república de monárquicos que vio cuatro presidentes y conoció a la vez tres guerras civiles: la tercera carlista, la cantonal y la de Cuba, a la que habría que añadir la que sostenían entre sí radicales y demócratas.

De ahí la famosa frase de Bismarck de España como país indestructible incapaz de romperse a sí mismo. Ciertamente es milagroso que después de aquello aún sigamos existiendo como estado y en esto hay que depositar toda esperanza de remedio futuro.

Esto sin mencionar a Macarroni I (así se llamó una popular vodevil de la época), es decir, Amadeo de Saboya, el rey mendigado que en cuanto pudo puso tierra de por medio. Demasiado que vino, pues estando en el puerto para salir ya le anunciaron el asesinato de Prim, que era quien lo había puesto.

La escritura de Fontana es ágil y su narración entretenida, entreverada de anécdotas y moderada en sus juicios. No oculta su condición "progresista", que en realidad quiere decir marxista descafeinada y su predilección -que es también la mía- por interpretar las condiciones de vida de las grandes masas populares, rurales, sobre todo, y poco a poco obreras. La gente corriente que cuenta la historia en los episodios de Galdós.

En realidad es natural que un conservador y un "progre" estemos de acuerdo en la condena al siglo XIX. En el plano político porque en España, a diferencia de Inglaterra y otros países europeos que pusieron en marcha hasta tres revoluciones industriales, no fue más que una estafa financiera y social. 

Aquí no existió el liberalismo como se entiende en el plano filosófico o económico, aquí hubo un trasvase de las propiedades de la Iglesia y la Corona a la propia Corona (pero en forma de cuentas suizas), por supuesto, y a la burguesía militar, que no industrial, a través del procedimiento de las desamortizaciones, primero, y la construcción del ferrocarril después.

Esto solo produjo un empobrecimiento y una desigualdad social creciente que empezó a vaciar los campos y que culminaría con los grandes desastres del siglo XX español. Poniéndonos estupendos cabría decir -paralelismos del golpe de Pavía y de Tejero, que fueron casi idénticos- que el cáncer del XIX no se termina de extirpar hasta casi un siglo después del 98, cuando con la llegada del Aznarato se pone fin a la transición... para arrancar, pactos con Pujol mediante, otra gran ola de decadencia o Procés.

(Obsérvese que tanto el régimen de Primo de Rivera como el de Franco son reflejo blindado de los espadones del XIX y no se olvide que en la contienda civil volvió aparecer el Requeté. Realmente y desde el 2 de mayo de 1808 hasta el Golpe de Pavía en 1874 España no fue para el mundo sino un país gobernado por "Los Señores de la Guerra").   

Tras mi lectura de la versión de un militar Enrique de la Vega Viguera en un libro poco conocido pero apasionante como es "Sucedió en los años 70 (siglo XIX)" y que da una visión desde dentro -el siglo XIX es el de los militares- ha sido muy interesante confrontar el devenir de los sucesos con la interpretación de Fontana, quien a menudo se lamenta de cómo aquella oligarquía que se decía democrática (votaban no más de treinta mil españoles) ignoraba -por miedo a la revolución después de la Comuna francesa- a la emergente clase obrera.

En cualquier caso resulta alucinante comprobar cómo en menos de un siglo la Corona de España dilapidó tres siglos de imperio de ultramar y hegemonía europea que, por sorprendente que parezca, aún conservaba en el siglo XVIII con los primeros borbones. Pero es que el espectáculo que dieron luego, desde Carlos IV a Isabel II, con el gran Felón de felones que fue Fernando VII, yo creo que es difícil de superar.

Solo se salva de la quema del siglo -y relativamente- el alzamiento contra los franceses que sí significó una inyección vital en la creación de una conciencia nacional, y la articulación de nuevas fuerzas sociales que culminan en las Cortes de Cádiz y en la Guerrilla, alfa y omega del devenir español desde entonces.

Haría bien NETFLIX en producir una serie sobre la Primera República -me ofrezco de guionista si les place-, aparte de lo didáctica que sería en nuestros tiempos pandémicos, me parece que dejaría en pañales en escándalos a THE CROWN y en intrigas a JUEGO DE TRONOS.

Paso a leer ahora el volumen cinco, dedicado al ignoto siglo XVIII y la famosa Guerra de Sucesión que es la que parece ser que puso a Puigdemont en Waterloo. Si comparezco con casaca y peluquín o cambio a Bécquer por Jovellanos, ya conocen ustedes la causa.






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