miércoles, 7 de abril de 2021

Los rábanos de la Calle Cuna

Ver para creer. En la calle Cuna han abierto una heladería de dos rombos que hubiera hecho las delicias de George Bataille. Lejos de la geometría, lo característico del producto congelado que allí se despacha es lo que tiene de orgánico. Si, además de zafio y obsceno, es un negocio de mal gusto lo habrán de decir los aficionados al género, que por lo que se ve son legión. Es algo lamentable cuanto más lamible. Asombra la envergadura de las colas, valga dos veces la redundancia. Uno no ignoraba que en la ciudad abundan los chupópteros, soplagaitas y mamporreros, pero no imaginaba que fuera tan amplio el número de sus miembros. Hasta el flautista que hace poco rondaba la calle ha emigrado a Sierpes, abrumado por la competencia. Los primeros en acudir fueron los hermanos Montoya, aunque fue más celebrada por la concurrencia fue la venida de los hermanos Trapote, cónsules de la sin par Archidona, tierra de célebres quijotes. Yo no he ido, hay recintos en los que no conviene penetrar so riesgo de recibir un porrazo. Asombra este comercio en una calle cuyo rótulo homenajea a la más tierna infancia y por donde transitan tantas cofradías con el cirio en alto. Históricamente se habían venido sirviendo en vinagre, pero se conoce que nuestra época las prefiere frías. Áteme usted esa mosca por el rabo. Ante tamaña exhibición es imposible no sentir impotencia, por la degradación de las costumbres, claro. Cernuda, vecino de la calle Acetres, no habría dado crédito, aunque no hubiera ocultado una sonrisa irónica en reproche a aquella Sevilla tan pacata que le tocó vivir. No cabe duda -entre otras cosas- de que el éxito de público está a la altura de estos tiempos, tan blandos, digo tan duros, tan faltos de atributos, cual una secuela priápica de la vacuna azul de Pfizer. Nuestros abuelos se contentaban con trasegar un carajillo, todo lo más mojar una porra o unos churros en chocolate, pero aquí, me cuentan, se empalma una ración con otra, entre palmas y pitos, como si fuera la crème de la crème. La cosa es atragantarse. La autoridad debería intervenir con carácter preservativo y no me refiero a precintar el local, un monumento erecto al mal gusto, sino al de reservar el derecho de los benditos inocentes, que los hay, sin ir más lejos usted mismo que ha leído seguramente este artículo sin sonreír o pestañear. Hasta que el Alcalde de Sevilla, haciendo honor a su apellido, no acuda espada en mano a circuncidar ese escaparate, a sangre fría, cual Truman Capote, es mejor evitar los rábanos de la calle Cuna.


IMAGEN: La Verguería de Sevilla en Calle Cuna.

4 comentarios:

PEDRO CRUZ dijo...

No me escandaliza el género, ni el entusiasta público. Me imagino, por ejemplo, una taberna similar en la antigua Suburra y las risas desdentadas de los clientes adquiriendo y devorando el producto y me parece que encaja con una parte del ser humano, que, hasta en sus más bajas cotas morales y corporales, es una creación divina.

Pero he sentido vergüenza al conocer el novedoso establecimiento. También vergüenza de avergonzarme, como si de pronto, con el cumplir años, uno se hubiera vuelto tonto o una hermanita de clausura por ruborizarse por algo tan básico. Después he comprendido que la vergüenza, amén de ajena, es justificada. Justificada desde un punto de vista estético.

Me ruboriza la fealdad y lo perverso de la idea del negocio, del todo vale mientras rinda beneficio, ideas legítimas mientras no exista una autoridad estética que lo contraindique, autoridad que, yo creo, debe residir en el corazón de las personas bien educadas, y no es esto una afirmación elitista. El pudor es natural hasta en el más analfabeto de los humanos.

Dicho todo esto, muy gracioso tu artículo y de rabiosa actualidad periodística, esta misma semana han corrido muchos comentarios sobre la nueva pollería. También yo pensé en el finísimo Cernuda. Hay por ahí una etimología, creo que espuria, de la palabra "obsceno", y es "lo que no debe ponerse sobre un escenario". En la vida privada, me puedo permitir el lujo de llamar a las cosas por su nombre.

Me consuelo pensando que cuanta más vergüenza gana uno, más se aleja de ser un sinvergüenza. De que eso es postura ganadora, estoy seguro.

Gracias por tus publicaciones, Jose María. Te escribo aquí, creo que por simples ganas de escribir, tú las provocas. Buen día.

José María JURADO dijo...

Mil gracias, Pedro, por tu atinado y preciso comentario. Un abrazo fuerte.

José María JURADO dijo...

La clave es la estética y que no debería ya valer vender basura, lo que en Suburra está bien, no está bien en el Foro de Híspalis.

José María JURADO dijo...

Sobre el mismo tema:

http://lacolumnatoscana.blogspot.com/2012/05/hacia-el-mar-de-la-serenidad.html

 
/* Use this with templates/template-twocol.html */