miércoles, 21 de julio de 2021

En el Decathlon

El otro día entré por primera vez en mi vida en un DECATHLON -creo que una vez estuve en un DÉCIMAS y me acabó dando fiebre, pero ya lo había olvidado y hay traumas que no es necesario repetir-. La verdad es que no me lo esperaba así, aunque lo cierto es que no me lo esperaba de ninguna manera, -estas cosas a un jugador de ajedrez no se le hacen- pero la vida es imprevisible y quién sabe nunca lo que nos aguarda. Si yo, negacionista del deporte y en pleno uso de mis facultades mentales he entrado en un DECATHLON, ¿quién podría asegurar que en un futuro un mentiroso compulsivo no llegue a Presidente del Gobierno o que algún día los niñes tengan que estudiar en el cole el lenguage inclusivo, inclusive? Se han visto cosas más extrañas. 

En fin, hay trámites a los que un padre de familia no puede negarse y mi hija mayor necesitaba una mochila y una linterna para irse de campamento, y una linterna es algo muy serio. Con una linterna buscaba Diógenes en el aerópago de Atenas a alguien digno de llamarse hombre. ¿Y quién que no haya sido padre en estas décadas pandémicas podrá ignorar la enorme seriedad de aquel grito rosa de Dora la Exploradora: “¡mochila, mochila!” ?

Diógenes y Dora la Explorada, esas áureas referencias. 

La verdad es que no sabía que hubiera tantos deportes. Da fatiga solo de pensarlo. Nada más entrar me dio un vahído y me hubieron de reanimar mis hijas con unas sales de Aquarius o alguno de esos otros brebajes isotónicos que yo tengo por bálsamos de fierabrás; que esa es otra, ni una miserable botella de Manzanilla, (o Fino, ya puestos a bajar el nivel), se encuentra allí, ni unas olivitas o almendritas saladas... esto ¿dónde se ha visto? Ni que fuera la cafetería del AVE en la pandemia. ¿Nos hemos vuelto locos o qué? 

Creo que solo de la impresión debí de perder cuatro o cinco kilos en cuanto me vi de lleno en el imperio de esos horribles círculos del infierno que son los aros olímpicos. Aunque más que los círculos me aterraron los lineales dedicadas a una infinita sucesión de prácticas deportivas: del kamasutra a la caza con reclamo, por ir de menos a más emoción, si acaso no son lo mismo. “Espero que no sea obligatorio jugar o ponerme un chándal”, me decía mientras me soplaban y abanicaban con una raqueta de tenis. 

A mí me recordaba un poco al Ikea, un Ikea que hubiera cambiado el maderamen de pino por la licra y el neopreno, con la diferencia de que en el Ikea el deporte no lo haces hasta que llegas a la salida y tienes que cargar con la compra como una mula. Aquí te dejan un poco más a tu aire. Estilo libre, que decían en la sección de natación. 

Yo comprendo que a un lector del AS o del MARCA, un abonado a Estudio Estadio, se ha de sentir allí como en el Paraíso, incluso ha de correr el riesgo de sufrir un Síndrome de Stendhal deportivo, pero a mí lo que me dio fue un parraque olímpico. 

Decidí tirar de repertorio, cuando no de oficio, y me hice a la idea de que estaba en un museo antropológico o de la la tortura. Hay, de hecho, una sección dedicada a la maquinaria gimnástica que ríete tú de la Inquisición Española. Uno de los artilugios daba espanto verlo, si me ponen ahí canto lo que haga falta, hasta la Traviata en verso. 

Sentí una gran tristeza en el pasillo de las artes marciales, me recordó a aquella lamentable época de mi vida, sobre los doce años, cuando perdía el tiempo haciendo llaves de judo en lugar de leer a Kierkegaard. Creo que llegué a ser cinturón amarillo-naranja después de echar más años de los que se tarda en acabar teleco y todo para que ahora las llaves estén el fondo del mar, matarile. Me llamó la atención que no quedasen cinturones negros, se ve que todo el mundo que se compra el kimono se hace la ilusión de que el hábito hace al monje… budista. 

En la parte de boxeo, siempre tan literaria, Aldecoa y Hemingway mediante, los sacos se daban un cierto aire a mis jefes, no los de ahora, claro, sino los de antes... Así que como don Quijote con los odres de vino aquí me despaché dando ganchos a diestro y siniestro hasta que me redujeron las niñas. 

Hay una sección -DEPREDADORES, la llaman- dedicada a la caza y la pesca, pero no hay, sin embargo, una sección de tauromaquia (como tampoco pude encontrar un tablero de ajedrez o un sidecar) y a mí me parece una injusticia muy grande. De suerte que te puedes comprar un cebo con un garfio o la funda de un fusible de mira telescópica, pero no un capote de paseo o un estuche para el estoque de descabellar. Esto no es serio, o vamos todos a una o no puede ser que para unos sí y para otros no la sociedad protectora de animales levante la mano reivindicativa. 

Tampoco sabía que existían tantos tipo de balones -aparecieron puestos ahí, como libros en una estantería- ni de tantos colores, como en un planetario, menos mal que no me corresponde a mí ir a rematarlos a puerta porque ni en un milenio terminaríamos. Esta sección, como la de las zapatillas de deporte o la de los pantalones de malla y trajes de neopreno, se da un aire al Palacio del Jamón, solo que en lugar de colgar del techo las paletillas con chorreras, lo que cuelgan aquí son unas constelaciones de pelotas. 

No me fijé en si te vendían un frontón, pero podría ser, aunque en la sección de hípica, por ejemplo eché en falta que vendieran el caballo. Parece que no puede ser por la cuestión antidopaje, pero debe de ser muy triste salir tan bien pertrechado para las carreras de Ascott -fusta de las sombras de Gray y pamela incluida-, sin más equinos que los caballos de vapor del coche.

Podría seguir así hasta el infinito y más allá, porque el DECATHLON, por lo que he visto, que no ha sido poco, -aunque me hubiera gustado que fuera aún menos- es más exhaustivo que las olimpiadas del Japón, que están ahí a la vuelta de la esquina con su ideal clásico, más rápido, más alto y más fuerte, (pero cuanto mejor que todo sea más suave y despacito) y su espíritu naif, como ese consejo de que “lo importante es participar”, que parece dicho pensando más en los accionistas que en los atletas. 

Atletas que por cierto disputaban sus pruebas desnudos porque, parece ser -aunque los historiadores no lo dan por seguro- que, a pesar del origen helénico del nombre, en la antigua Grecia no había DECATHLON donde vestirse para sudar.





IMÁGENES: Decathlon de Camas, julio 2021






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