martes, 25 de enero de 2022

Iñaki


A mi me parece que Iñaki es prácticamente el único que ha pagado.

No ya de la familia real, que también, sino de todo el tinglado o la timba en que se convirtió el país, que de la crisis hipotecaria ha pasado a la confrontación ideológica más radical.

Descontando a alguno que se suicidó -él sabría por qué- pienso que también habría pagado Rita Barberá, con su muerte, precipitada por la presión social e injustamente calumniada como los jueces han dictaminado.
Y pocos más, de entre los vivos, (o de entre los muertos) solo Iñaki, acaso Rato.
Los esperpentos de la prensa no nos dejaron, ni entonces ni ahora, analizar los hechos con una lupa humana, shakespereana dado el caso, pero lo cierto es que este chico se ha pasado tres años en Siberia más solo que Raskolnikov que al menos tuvo allí a su Sonia acompañándolo.
Alguno me dirá que aquella cárcel era una jaula de oro, pero le recordaría que durante tres meses, hace dos años, todo el país ingresó en prisión y era poca la broma, incluso teniendo Netflix.
¿Irían a verlo a la cárcel los más preminentes miembros de su familia política?
Trascender no ha trascendido, pero desde luego no parece. A mí entender esto es muy duro, yo creo que la piedad ennoblece a los monarcas, aunque solo fuera por aquello que decía Clara Campoamor: "odia al delito y compadece al delincuente".
Como el estado es laico no se me ocurrirá juzgarlos moralmente por no haberlo consolado con su presencia en los fríos páramos de Ávila a su cuñado ("porque estuve en la cárcel y fuiste a visitarme"), pero justamente por esto -España es todavía un país libre- se debería evitar el linchamiento moral al que están sometiendo a este personaje cuya palidez y tipo enjuto recuerda a los personajes de Dostoievsky.
El caso es que él sigue condenado a fichar en el juzgado su tercer grado de exilio, vivendo con su madre, ruando por las calles grises, medievales, húmedas de Vitoria, cuando la familia (la real de verdad, esto es, la suya) radica en la lustrada y rutilante Ginebra, en los lagos bancarios de Suiza.
Hasta aquí los hechos conocidos.
Lo que sucede entre las personas, y más cuando su onda expansiva se propaga, seguramente haciendo daño a terceras personas, ¿quién se atrevería a juzgarlo?
Pero si los azares y traspiés de la vida han traído ahora un poco de calor a su maltrecho corazón de personaje trágico, yo me alegro por Iñaki Undargarín.




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