Defender la posición sentimental, que todo el mundo comparte de corazón, es fácil cuando no se han de asumir responsabilidades.
Puesto que siempre habrá quien, más frío o más maduro, apague el tocadiscos, no es difícil -aunque sepamos que ha de acabarse- exigir que se prolongue la verbena.
La parroquia ha solicitado apear el árbol -que será sustituido por otro- porque en Sevilla los árboles se caen.
¿Por qué se caen?
Porque llevan cayéndose ominosamente décadas: munícipes y arquitectos asesores apostaron por las plazas duras, la de Armas, la de la Setas, la ecológica Avenida de la Constitución donde el tranvía se llevó árboles espléndidos y esto por no hablar de la fálica torre Pelli monumental muñón del socialismo de los eres.
Los parques y jardines -¿cuántos años ha sido abandonado el parque de María Luisa?- no han importado a ningún gobierno municipal.
Aníbal González soñó una ciudad llena de naranjos, que es el árbol que mejor se aclimata a la ciudad, pero aquí se han talado naranjos a discreción y hecho toda clase de galimatías botánicos que han dejado la ciudad sin sombra.
Ningún alcalde se ha tomado en serio el patrimonio botánico de Sevilla que es de primer orden en esta ciudad tropical. Como nada o casi nada funciona en el ayuntamiento -vése la recogida de basuras en el barrio del Juncal- los árboles se caen.
Que nadie se confunda, no se corta el ficus porque no pueda salvarse sino en defensa propia, por la carencia sin remedio del ayuntamiento.
¿Y quién en la administración se atrevería a firmar la salvación del árbol cuando una rama se precipitó sobre un quiosco de la Once, dejando a su vendedora costillas y un omoplato roto y el bazo extirpado?
Ningún árbol, ninguna secuoya de California vale más que un bazo humano.
El juez, que nadie se llame a engaño, atenderá a los procesos legales de tramitación y si un informe emitido por el titular de la responsabilidad es razonado, aunque haya dos mil informes en contra de entidades externas, está obligado a asumir la decisión porque la administración funciona así, y para eso ha opositado el funcionario que firma y nadie podrá hacerle firmar lo contrario..., salvo que esté dispuesto a asumir la responsabilidad.
Para salvar el árbol se requiere una dosis de valentía que, en los tiempos que corren, todos los gobernantes se dejan en la puerta del salón del trono de su cargo.
Por otra parte, mantener el tronco pelado, como quien mantiene el pueblo nuevo de Belchite, para oprobio y vergüenza de los taladores, es un atentado contra la naturaleza y el paisajismo urbano.
A uno no deja de asombrarle tanta defensa de la vida inanimada y tan poca de la vida en potencia, que por cierto es lo único que le queda al pobre árbol ahora. Después de todo el ficus pertenecía a la parroquia, que también tiene derecho a decidir.
Insisto, es descorazonador talar un árbol, pero lo es mucho menos si se repone con una especie autóctona sin riesgo para los viandantes.
Se ha dicho que podría construirse una pérgola anti caída de ramas... eso o un escudo antimisiles. Ya puesto volemos la iglesia que no respeta la vida vegetal.
Harían bien en quitar cuanto antes el muñón descarnado que ha quedado plantado delante de San Jacinto: lo verdaderamente ecologista es poner cuanto antes el olivo, mediterráneo y cristiano, que estaba previsto plantar ahí y que bajo su sombra crezcan, como creció el ficus por un siglo, los sueños y esperanzas del barrio.
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