miércoles, 20 de agosto de 2008

El Jugador Catódico

La otra madrugada contabilicé hasta siete
canales que retransmitían la misma
fórmula televisiva: la presentadora solitaria
en la alta noche junto a un panel de pasatiempos
infantiles simulando que no recibía llamadas,
mientras (supongo) ardía la tragaperra telefónica,
desbordada de euros sin respuesta. El timo no
está sólo en la composición imposible de los
paneles, sino, sobre todo, en transmitir una
inquietante sensación de soledad y lástima:
princesas aparcadas en los televisores suplicando
un ring. Mi reino por una llamada en ronda rápida.
¿Cuántos no echarán el óbolo de la pena al
desagüe opulento de los trileros catódicos?
Además de un ejemplo visible de la precariedad
laboral y de la general estulticia (¿para esto vamos
a dar el apagón analógico?) la abundancia
de estas emisiones (¿qué pingües beneficios
no generarán?) son un indicador más de la que
está cayendo.¡Qué tiempos aquellos en que
gastábamos nuestros dineros en los teléfonos
eróticos, en las brujas y los pitonisos! Nos sobraba
tanto el capital de nuestras especulaciones
inmobiliarias que necesitábamos asesores
vestidos con túnica y baraja para reorientar
nuestras inversiones temporales: que si el
amor, que si la salud, que si el cambio de trabajo.
Pero ahora hay que hacer negocios menores,
luchar la peseta, trincar un ramo de euros para
llenar el depósito y comprar unos cartones de
huevos o unos tetra briks de leche, y echarse un mal
trago de vinazo al sol, algo, lo que sea, para
olvidar las facturas de los operadores. Pero llega
la hora y mi televisor es Las Vegas. Lo juro,
mañana, mañana se acaba todo.

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