La coincidencia del accidente de Barajas con la
crisis de Spanair ha dejado abierta la puerta a
un conjunto de graves y adelantadas hipótesis
que sólo la investigación oficial debería aclarar.
Tanto en el improbable caso de que el anunciado
Expediente de Regulación de Empleo se señale
como una más de la concatenación de causas que
han conducido a la tragedia como en el caso de
que sea una circunstancia al margen de lo sucedido,
difícilmente será viable la compañía aérea sin un
cambio de siglas. ¿A quién beneficia un ERE? A
la luz de este caso extremo queda claro que ni
siquiera a los propietarios o inversores. La
desquiciada situación en la que se desarrolla el
trabajo en estas circunstancias suele degenerar
en una histeria colectiva y contenida que afecta
a toda la plantilla. Por lo general el departamento
de recursos humanos es el primero en perder el
control de la situación, no recibe autoridad de la
Dirección ni participa en el gobierno de la crisis.
La primera consecuencia es que los mejores
empleados abandonan el barco inmediatamente
y la empresa pierde su capital más importante:
el talento. El resto de la plantilla incrementa su
sensación de desamparo al desaparecer su
interlocutor en el organigrama. Este es el momento
en el que los sindicatos –que tanto pudieron haber
hecho en los meses que precedieron a la crisis-
hacen acto de presencia triunfal. En este punto
lo único que se negocia es una aséptica cifra y el
comité de empresa desaparece absorbido por
instancias mayores, los inmunes representantes
de estas organizaciones que se avienen siempre a
acuerdos presuntamente beneficiosos para todas
las partes. Es inútil llegados aquí que un empleado
de a pie pueda solicitarles información si no
dispone del carnet de afiliado. Aunque en el fondo
da igual, porque saben tan poco como los de recursos.
lo curioso es que en la Dirección saben menos todavía,
por no decir nada: cual en una corte del Renacimiento
los cabecillas de los departamentos perpetran
cuchilladas y envenenamientos, esgrimen
organigramas provisionales, manejan falsas listas.
Al final muere hasta el apuntador y en la cúspide
Nerón lamenta cómo arde la Roma que, por
supuesto, el no mandó quemar. Como consecuencia
de esta locura general los nombres que irán saliendo
en las listas y fases de despido nunca obedecen a
una lógica y no resisten ningún razonamiento.
¿A quién beneficia un ERE, por tanto? Son maniobras
sin imaginación para maquillar el pasivo de la empresa
y poder venderla adecuadamente, pero no se conoce
el caso todavía de empresas que, con el modelo de
gestión hispánico, sobrevivan a un ERE, a éste le
van siguiendo expedientes sucesivos que se encadenan
sin termino, como muñecas rusas. Podemos concluir
que en los expedientes se regula el despido sin tasa,
libre, casi gratuito y con salida al mar. Ante la
opinión pública se camuflan con jugosas indemnizaciones
que son insuficientes para paliar el horizonte laboral
de los afectados más allá de donde lo hará el INEM.
Y así, a los despedidos, no les queda ni la compasión
de otros profesionales.
Todo esto podría evitarse acometiendo, por fin,
la reforma laboral. Sólo habría que regular la flexibilidad
del despido individual, para aumentar la productividad
y favorecer la contratación de los mejores
(jóvenes y mayores). Así, escrito, parece una receta
ultraliberal, pero lo que en la práctica sucede es que
el empresario medio no puede arriesgar, mientras que
las grandes corporaciones ven cómo se aceptan sus
despidos masivos por la autoridad laboral casi sin
discusión. Estos despidos ingentes son harto más
inmorales que los que, bajo ciertas condiciones,
penalizan un fracaso individual, localizable,
incluido el de los directivos. A nadie beneficia un
Expediente de Regulación de Empleo y en el impactante
caso de Spanair tendremos la oportunidad de
verificar las consecuencias de una decisión que
casi con toda seguridad no guarda relación directa
con el accidente, pero que hace planear la sombra de
una duda ominosa y con dudas no se hacen negocios.
domingo, 24 de agosto de 2008
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