¿Y por qué suena una gaita en el espolón de
El Puerto? La playa se ha quedado solitaria y la
arena esta fría. Unas nubes grises y distantes
ocultan un sol tibio. Todavía es agosto, pero en
la Bahía de Cádiz se despliega antes la luminosa
guirnalda de la lejanía. El mar trae y lleva los
besos del verano. Es su oficio. Convertir en arena
de reloj los humanos anhelos. En unas semanas,
¿qué quedará de nuestras alegrías efímeras? El
telón está a punto de caer... y tú partirás. El agua
gris de plata, las dunas blancas, el viento suave
pero constante: la tarde parece un paisaje del Mar
del Norte. Este gaitero extraviado es un heraldo
del otoño, el bajo continuo de las últimas olas.
Los paseantes cruzan a su lado y le dejan su óbolo,
la melancólica prenda del final del verano, la
propina del frío. Cuando queremos buscarlo
para agradecerle su triste sirena de barco
migratorio, su errante melodía sin consuelo,
ya se ha esfumado. ¿De verdad estuvo aquí? Un
último rayo de sol y las barcas inmóviles se
hundirán en la noche perpetua. Es la última
canción del verano y nosotros, agradecidos y
felices, mojamos nuestros pies a la orilla del mar,
como quien guarda unas flores entre las hojas de
un libro. Tratamos de recordar este momento y
que su postrera luz nos acompañe hasta el año
que viene.
sábado, 23 de agosto de 2008
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