jueves, 14 de agosto de 2008

Restauraciones

Han restaurado el Café Nueva York de Budapest,
pero han desaparecido su galería de humo y sus
fantasmas románticos. Ahí están, desde luego, los
techos altos y encendidos, con pinturas neoclásicas
y molduras de dorada marquetería, la balaustrada
de columnas salomónicas que se asoma al comedor...,
pero se han evaporado la atmósfera del Imperio y
la joi de vivre de la Belle Époque. Para quienes
tuvimos la suerte de visitarlo hace diez años
resultaba increíble que un café así hubiera sorteado
dos guerras mundiales, la invasión nazi y el yugo
soviético. Ahí estaba, varado, como un galeón
austrohúngaro en el que se atendía al cliente con
estudiada majestad y delicada parsimonia. Los
modales de hoy son los de un starbuck cualquiera,
con sus sillas de acero, sus mesas de metacrilato y
un teclado electrónico donde una vez hubo un piano
de cola y un cuarteto de cuerda. Sucede en tantos
sitios... es el precio de la modernidad, la lija que
devora la pátina del tiempo, el sedimento de la historia.
En Sevilla, donde se han perpetrado auténticos
adefesios de lesa urbanidad, han restaurado el
imponente templo del Salvador, que se caía a pedazos,
y es un hecho admitido que la restauración es
modélica, pero la blancura de titanio recién
estrenado de la iglesia es ahora la de una sala de
exposiciones en la que la máscara reemplaza a los
misterios. En Córdoba hubo una vez un puente romano...
ahora hay un carril para bicicletas sobre el río Guadalquivir,
jalonado por luminarias de bricolaje. En el pueblo
de Hervás el adobe de la vieja judería se ha ido
remozando con perlita o similar y se ha barnizado
el entramado de las maderas hasta generar un
merengue pringoso para la vista, como una pesadilla
de cartón piedra.Yo creo que en todos estos casos
se produce una contradicción entre la finalidad
original del espacio recuperado y los usos y costumbres
actuales. Esto los hace anodinos y sin espíritu.
Se argumenta en contra que hay que conquistar
plazas nuevas para la ciudadanía, pero, además
de los espacios verdes, ¿no necesita el alma jardines
para la memoria y la melancolía? Estoy en contra de
todas las restauraciones, porque impiden que los edificios
cumplan el fatal destino para el que fueron construidos,
el de ser ruinas y objeto de postrera y feliz meditación.


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