viernes, 26 de septiembre de 2008

Los muertos digitales

Para "gestionar" la muerte burocrática hay procedimientos, certificados, usos y costumbres, velatorios, entierros, funerales, pero ¿quién borrará nuestro rastro en los espacios electrónicos? En la agenda de mi teléfono móvil hay todavía números de personas que han muerto, este rastro digital es aterrador, los llamo, pero no descuelgan nunca. El tiempo devora y deteriora nuestros rastros mortales, pero la huella de lo que queda congelado y reluciente en una página web ¿quién la eliminará? Existen estúpidos cementerios virtuales porque la necedad y la inteligencia humana no tienen límite conocido ¿durará más el mármol o el bit? ¿Quién hará esta arqueología en unas décadas? Si una bitácora se detiene, si apenas tuvo unas pocas entradas, si quedó ahí, flotando como un satélite a la deriva, ¿cómo podríamos saber si sigue vivo aquél que un día feliz lanzó su botella y su mensaje a los inmensos mares de Internet? Las fotografías digitales no amarillean, pero sí los ojos que las miran, lo que las vuelve doblemente atroces, porque brillan, pero son un instante muerto... o no. ¿Quién borra los blogs de los muertos?¿Quién tiene la clave para avisar a nuestros ignotos lectores de que nos hemos marchado? ¿Quién apagará la luz?

¡Ah, las tentaciones fáusticas! Vanidad de vanidades: nuestro rastro digital es tan inmortal como las tablas cuneiformes resueltas en arena o la ceniza de los pergaminos, tecnologías que deslumbraron a sus incautos fiadores, porque la oruga del tiempo es lenta, pero infatigable, y no quedará un solo bit sin dentellada. Aunque yo prometo responder el teléfono desde el transmundo y atender sus amables comentarios, confío en que esta columna no se quede sin fantasma, en sus dos acepciones. ¿Quién sabe si no estoy ya allí ni que cosa sea ese allí?

2 comentarios:

José Manuel Gómez Fernández dijo...

DUDA CRUEL


Cuando yo ya no esté,
¿quién irá a mi tumba a llorarme?
¿Irás tú quizás, con tu traje lavado/
y tu cara de domingo,
con tus altas pestañas enredadas en viento,/
o acaso también tú sufrirás por entonces/
el olvido que es la muerte?
¿Quién se acordará de mí,
de mis gestos, mis palabras,
mi alto tono de voz, mis chistes
horrorosos e indecentes?
A quien vaya lo saludaré desde abajo,/
sin levantarme,
le mandaré recuerdos,
le diré cuánto lo añoro,
aunque de él no me acuerde,
y le tiraré besos...
y le diré que no me llore,
que tampoco es para tanto.
Pero decidme, amigos, compañeros de vida,/
¿quién irá luego a las tumbas
de los que irán a llorarme
cuando yo ya no esté,
cuando yo ya no pueda reírme con nadie/
de los chistes horrorosos e indecentes?/

José María JURADO dijo...

Bécquer, querido José Manuel, ya lo avisaba: "que solos, que solos se quedan los muertos". Un abrazo.

 
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