martes, 3 de marzo de 2009

Venecia sin mí

Por sencillez deliberada esta columna aspira a ser toscana, siquiera como entrenamiento, ya que uno propende al barroco natural de su tierra. Pero ser sencillo es ser difícil y aunque alguna haya salido salomónica, creo que las más han resultado churriguerescas (pero de churro, no ¡ay! de Churriguera).

Hoy, sin embargo, no vamos a esculpir una columna, vamos a levantar una fachada sin escapar de los órdenes itálicos, una fachada veneciana, pero no de un palacio, sino la de alguna casa humilde con la ropa tendida, deshuesada de ladrillos rojos, con los bajos corroídos por el légamo, con incrustaciones desordenadas de blanca piedra de Istria y una barca desfondada junto a la puerta hundida.

Porque este fin de semana hemos estado otra vez en Venecia y tenemos el ánimo decadente y serenísimo, quiero dejar encastrada en las paredes algunos recuerdos, de las cosas nuevas que hemos visto antes de que se las lleve el Gran Canal del Olvido.

No va a arder el mar de los teatros con erudiciones, máscaras y citas, son sólo unos esbozos sencillos en el moleskine de la memoria.

1. La luz, el sol velado por una levísima gasa de bruma, disolviendo en sfumato los colores como en las acuarelas de Turner.

2. El imposible escorzo de Tintoretto por el que sube una Virgen niña en Santa María del Orto.

3. Los moluscos vivos, como la médula de la ciudad, en el mercado improvisado del Canareggio.

4. El Sabath en el Ghetto, las ortodoxas barbas, el talit y el Talmud.

5. A los pies del Rialto el cruce de dos ríos en el centro de la vida.

6. Anticipar el óbolo a Caronte y cruzar, por fin, al otro lado del Gran Canal en uno de los traghettos.

7. El mercado de San Martín: dos perchas de ropa vieja y gastada que los parroquianos ceden para los pobres, como hizo el santo con su capa.

8. Las inscripciones rúnicas de un león en el Arsenal, el eco de los vikingos en Bizancio.

9. La soledad en San Marcos a primera hora de la mañana del domingo, la Plaza para mis ojos solos.

10. El agua, siempre el agua.



Como en toda fachada veneciana completamos este mosaico con material de acarreo a manera de arco. Estos textos y el soneto antiguo y decadente que les sigue, no serán ni el tetrarca de Egipto, ni los caballos del hipódromo de Bizancio, ni las columnas de San Juan de Acre, ni siquiera son de blanca piedra de Istria, pero estaban en el fondo del canal y la pleamar los ha reflotado.


VENECIA

CUANDO el aire, preñado de humedad, arrastra la salobre, lenta, niebla del río quiero invocar a la ciudad narcótica, hecha de tiempo y agua. Como el cordel que enhebra dos arcos apuntados, con su carga humilde de ropa desvaída, como el gato callejero que ha plegado sus fantásticas alas de león bizantino y deambula sigiloso por el pretil de los canales tras el rastro suculento del turista, como el bambino que da patadas a un balón contra el brocal de un pozo y es el hijo de un gondolero, un dios, un nieto de Neptuno y no lo sabrá nunca. Así quiero llamarte por tu nombre, Venecia, y escuchar el llanto sumergido de las vigas podridas que atirantan tus palacios como buques fantasmas, mirándote a los ojos lo mismo que a una mujer embaucadora y decrépita cuya doble impostura no pudiera disfrazar los estragos del tiempo y anunciara otra belleza más primitiva y serena, hecha de algas y escamas de pescado.

MARCO POLO

VARADO en estas islas acuosas, al término de todos los caminos, aguardo la galera milenaria, el dragón de madera y malaquita que hará palidecer al Bucentauro: la embajada gigante del Celeste Imperio. El Dux, flotante y mayestático, y los hombres engreídos del Consejo, se ríen de mí, el viejo Marco Polo, ese tendero del Rialto de excéntricas costumbres y modales taimados que ha dictado un memorial de disparates, un compendio de prodigios inventados, adornado con nombres de desiertos. Pero yo he visto las ciudades invisibles, las insondables provincias de Tartaria, el silencio implacable de las cumbres del mundo y los colores furiosos de la seda. Yo he viajado a lomos de camellos salvajes y he visto salir el fuego de las rocas, ¿qué me importa el comercio con una corte hipócrita de opulentos gondoleros descreídos? Son para mí como ojos de pescado, viscosos, repelentes. Si emprendiera de nuevo mi viaje, lejos de esta fauna de brocados, encontraría la muerte o el vacío y sin retorno no puede haber viaje, como no existe viaje sin memoria, sin palabras que canten por escrito las maravillas vistas de la tierra. Negocio con especias y telas carmesíes, con polvo de rinoceronte y marfiles indostánicos y cuento mis ganancias por lectores felices. Espero en mi jardín la luna azul de Xanadú, los dragones voladores del gran Kahn que me lleven por el cielo hasta Catay.

VENECIANA

Lentamente la proa del Burchiello
rasga las brumas de cristal del Brenta,
amanecen las islas bajo el cielo
tornasol. La laguna soñolienta

es un león azul de terciopelo
y oro. De la República opulenta
parte hacia Chipre infiel el moro Otelo
sin celo ni temor de la tormenta.

En el puente de mando va Desdémona
revestida de encajes de Burano
que deslumbran al Dux. Se da la recia

orden, el sol, tentáculos de anémona
despliega y al impulso soberano
redoblan las campanas de Venecia.



¡Y qué haremos ahora si los únicos canales que podemos mirar son los de la TV!

4 comentarios:

Juan Antonio González Romano dijo...

Fantástica entrada, José María; Venecia no se merece menos. Su hermosura nostálgica nos conmueve siempre. Yo no me quejo de fin de semana; más cercano,pero pasear por Úbeda y Baeza y sentarme en el aula del mastro Antonio Machado no es mala cosa tampoco...

Anónimo dijo...

Maestro, una vez mas ha conseguido usted emocionarme hasta la médula de mis machacados huesos. Enhorabuena!!!

Jesús Cotta Lobato dijo...

Compañero de navegación y de tertulia, yo no sabía que se podía decir de Venecia tanto y tan bien y con la elegancia que ella merece. El texto titulado Venecia me parece especialmente elegante. Ex corde, Cotta

Carlos Blay dijo...

Me has llevado de nuevo allí. Qué regalo.

 
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