-Un cuarenta y dos, negros, con la suela de goma.
El chino desaparece en la trastienda. Llueve. Estoy solo en el bazar, con los zapatos rotos y los calcetines empapados. He pisado todos los charcos de la ciudad. Agua fría y sucia, inmunda como la inteligencia. Y alrededor la vida vale un euro: figuritas de plástico, juguetes tristes, productos de limpieza, centelleantes luces de color. Vestido con la seda amarilla y bordada de las celebraciones, del almacén regresa el Emperador de la China. En las manos trae la caja de cartón y una bacinilla de cloisonné. Se arrodilla ante mí, me seca los pies y me cambia los zapatos. Cuando salgo de la tienda llueve todavía.
Y no va a parar nunca.
domingo, 21 de febrero de 2010
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3 comentarios:
Más lluvia para los días del gozo no, por favor.
Y hablando de chinos, se echan de menos las sillitas.
(Es cierto, el lavatorio no figura en ninguno de los misterios...).
Pues a qué esperamos, otra cofradía más para el Sábado Santo, que parece ya la Puerta del Sol.
Parará el sábado de Pasión, José María. Esta serie tiene miga y mérito. Los chinos, unos monstruos.
Un abrazo.
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